Extiende el brazo y haz el bien
El Señor nos invita en las lecturas de hoy a abandonar el mal y a extender nuestras manos para hacer el bien. Contemplemos “como si presentes nos hallásemos” la curación del hombre de la mano seca, y pidamos al Espíritu Santo su luz para que ilumine qué debemos cambiar en nuestras vidas en consecuencia, y su fuerza para llevarlo a cabo.
1. Hacer el bien o hacer el mal. Las tres lecturas coinciden en decirnos, en contextos diferentes, que no podemos seguir a Dios haciendo el mal, o dejando de hacer el bien.
a) “Quitad la levadura vieja, levadura de corrupción y de maldad”. S. Pablo en la primera lectura compara al orgullo con la levadura: así como la levadura transforma la harina, el orgullo fermenta toda la masa de nuestras acciones, se adueña de ellas, las corrompe y las vuelve malas.
¿Hemos experimentado esta dinámica del orgullo en nosotros? ¿La hemos visto en otros? S. Pablo advierte a los corintios (y al mismo tiempo a nosotros): “ese orgullo vuestro no tiene razón de ser”. Y nos exhorta: “Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos”. Con ello nos dice que nuestras vidas sean como panes no fermentados por la levadura del orgullo, manteniéndonos en la sinceridad y la verdad, ya que, como el pan ázimo en la Eucaristía, estamos llamados a ser transformados por Cristo en el banquete pascual. ¿Somos conscientes de que en la comunión Cristo hace su morada en nosotros y nos transforma?
b) “Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped. Detestas a los malhechores; destruyes a los mentirosos”, afirma el Salmo responsorial. Frente a las verdades a medias, las mentiras larvadas, las “mentirijillas”, los fraudes o el engaño manifiesto, que nuestro tiempo relativiza supeditándolos a la eficacia, Dios ama la verdad y la coherencia y quiere que seamos testigos de la verdad sin componendas. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a jugarnos el tipo en nuestros ambientes por ser fieles a la verdad?
c) “¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal?” La respuesta a esta pregunta que Jesús dirige a los fariseos, a nosotros nos parece obvia, pero para ellos no lo era. Los fariseos sostenían que la salvación se alcanzaba por el cumplimiento de los preceptos de la Ley, y por lo tanto no haciendo nada el sábado. Sin embargo Jesús se proclama Señor del sábado – precisamente en el versículo que antecede el pasaje de hoy- y frente a este legalismo nos enseña que la salvación está en el amor, y que el amor consiste en hacer el bien. No hacer el bien es ya hacer el mal. ¿Y nosotros, también nos enredamos en componendas que nos impiden hacer el bien?
2. “Extiende el brazo”. Contemplemos la escena de la curación del hombre de la mano seca desde el Corazón de Cristo. El hombre no pidió ser curado, pero obedeció al mandato de Jesús cuando le dijo: “Levántate y ponte ahí en medio”. Jesús también quiere curarnos de nuestra incapacidad para actuar, pero tenemos que estar atentos a su voz. Comenta S. Ambrosio este pasaje diciendo que la mano de Adán, que quedó seca e inútil desde que cogió el fruto del árbol prohibido, fue curada por el Señor cuando hizo correr por ella la savia de las buenas obras. Y hace esta triple aplicación para nosotros:
a) “Tú, que crees tener sana la mano, vigila la avaricia, cuida de que el sacrilegio no la paralice”. b) Extiéndela a menudo: extiéndela hacia el pobre que te suplica, extiéndela para ayudar al prójimo, para arrancar de la injusticia al que ves sometido a una vejación inmerecida; c) extiéndela hacia Dios por tus pecados”. Y concluye “De esta manera se extiende la mano y sana”. Vigilemos, pues, y extendamos la mano hacia el prójimo y hacia Dios.
Oración final. Santa María, Tú que tienes las manos extendidas hacia Dios y que vuelcas hacia nosotros lo que de Él recibes, alcánzanos ser librados de la levadura del orgullo, y permanecer en la verdad. Que le escuchemos cuando nos dice: “extiende el brazo”, y que le obedezcamos vigilando, y dirigiendo como Tú nuestros brazos hacia Él y en ayuda de cuantos nos rodean.