Lc 7 11-17
Al iniciar la oración, como nos indica san Ignacio, debo caer en la cuenta de que Dios me está esperando, ponerme en su presencia, escuchar lo que Él quiere decirme y contarle lo que yo tengo en mi corazón.
El relato del Evangelio de hoy nos presenta plásticamente dos comitivas que salen al encuentro. Una de ellas es una comitiva de muerte: a la puerta de la ciudad de Naín, un gentío acompaña el féretro de un joven, hijo único de su madre viuda. Algunos comentaristas han visto cierto paralelismo de este episodio con la muerte de Jesús, Hijo único en los brazos de su madre viuda.
A la puerta de la ciudad, esa comitiva de muerte se encuentra con otra comitiva que viene en dirección contraria: Jesús acompañado por sus discípulos, y se produce el encuentro entre el dolor y el desamparo de la pobre viuda con la misericordia y el amor del que pasó por la vida haciendo el bien: “¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate…”. Y Jesús se lo entregó a su madre.
Hoy sigue habiendo entre nosotros comitivas de muerte. Pero también es verdad que se está haciendo todo lo posible para diluir esas comitivas. Actualmente la comitiva de la muerte se ha diluido, pero queda ahí, en lo profundo de cada corazón humano, que sigue experimentando su tragedia y su desgarrón, aunque no lo pueda manifestar, porque a nadie le gusta hablar de los muertos y nos sentimos incómodos ante su recuerdo.
Ante estas comitivas secretas de muerte, sigue hoy saliendo al encuentro la comitiva de vida de Jesús. En el Libro 1º de los Reyes la mujer sunamita se quejaba amargamente al profeta Elías: “¿has venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?” ¡Es triste pensar que para muchas personas la presencia de Dios en sus vidas se caracteriza por la presencia de la muerte de un ser querido que es un castigo de Dios.
Es consolador subrayar que la primera vez que S. Lucas califica a Jesús como “el Señor” es para decir que “le dio lástima y le dijo –a la viuda- no llores”. Jesús siente en su corazón la misma pena que todas las personas sienten ante la muerte del hijo de una pobre viuda.
Los cristianos debemos trabajar para que entren en contacto estas dos comitivas de la muerte y la vida, es verdad que no vamos a poder devolver a la vida a quien está muerto. Pero podemos entregar a tanta madre viuda, a tanto ser humano con el corazón destrozado, nuestro propio corazón, capaz de expresarse y entregarse como lo hizo Jesús a la viuda de Naín.