Cuando leemos estos versículos
de la epístola de San Pablo a los Corintios, nos
recuerda a aquellas palabras del beato Juan Pablo II de “transformar el
mundo
de salvaje en humano, de humano en divino, según el corazón de Dios”. Porque siempre
están latentes en nuestro interior los instintos carnales que crean divisiones en nuestra vida y alrededor y no nos permiten mirar al prójimo
como
superior a nosotros mismos, como imagen de Cristo. Cuando leo estos versículos me identifico perfectamente en
esas divisiones que aparecen en estas primeras comunidades de primeros cristianos.
Los
años no son capaces de borrar ese instinto natural pero carnal
que
mantiene esa escala de “yo
primero y luego el resto”. El amor de Cristo se manifiesta con total claridad en su última
cena en el lavatorio de
los pies. Si yo he hecho esto con vosotros, cuánto más entre vosotros: ocupad el último lugar.
Así nos lo narra el evangelio de hoy, pasando haciendo el bien a todo su pueblo, curando enfermos, arrojando demonios. Podemos rezar en la oración de mañana con una súplica: envíanos Señor tu Espíritu para poder actuar como hombres de espíritu. Sin Él, nada podemos hacer. Y ¿cuál es el trabajo que Dios nos pide? Nos contesta también Jesús en el Evangelio: que creamos en aquel que Dios ha enviado. Señor, creemos en ti, pero aumenta nuestra fe.