Al comenzar la oración de este domingo purifiquemos
la
intención con la oración
preparatoria que nos aconseja San Ignacio: “Señor Jesús,
que todas mis acciones, intenciones
y operaciones (capacidades) sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de vuestra divina Majestad”. Creo que es una oración de inicio
que
no deberíamos omitir nunca. Tal vez,
para muchos sea mejor
hacerla con sus propias palabras: …
A partir de la Palabra de Dios
que
la Iglesia nos propone
para este domingo podemos meditar en tres puntos:
1) Dios siempre
toma la iniciativa de relación con el hombre:
Después del pecado original, Dios elige un pueblo para hacer alianza con Él. Dios
estará cercano al pueblo y siempre
dispuesto a escuchar a todo aquel que lo invoque. A cambio el pueblo se compromete a guardar los mandatos y decretos que Dios a través de
Moisés les dé.
2) ¿Cómo debe ser nuestra relación con Dios?
En la segunda lectura el apóstol Santiago (St 1, 17-18.21b-22.27) nos dice que
“todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre” Por lo que debemos aceptar con total docilidad el don más grande entregado que es su propio Hijo,
Jesucristo. Él “es la Palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros”. Y recibir a
Jesús es esforzarse por vivir el mandamiento nuevo que nos dejó: “Amaos los unos
a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34); esto el
apóstol lo concreta en “visitar
huérfanos y viudas en sus tribulaciones y en no mancharse las manos con este mundo”.
3) Cristiano significa seguir a
Jesús con
corazón puro:
Para muchos cristianos –como para los judíos del tiempo de Jesús- su relación con
Dios consiste en el mero cumplimiento
de determinados preceptos, acude a la
Iglesia con regularidad y cumple,
en la medida de lo posible con todos los mandamientos. Pero su corazón puede que no esté
centrado en Dios.
En el Evangelio (Mc 7, 1-8.14-15.21-23) un grupo de fariseos
se acercan a Jesús escandalizados porque sus discípulos no guardan las tradiciones de los mayores como por ejemplo: al volver de la plaza lavarse las manos antes de comer. Jesús que ve en lo
profundo de cada
hombre descubre su hipocresía y les dice: “Este pueblo me
honra con los labios, pero
su corazón
está lejos de mí”.
Dialoguemos con el Señor desde lo más íntimo. Y revisemos si toda nuestra vida
está centrada del todo
en Dios. Resituar a Dios en el centro de nuestro corazón, no son
palabras bonitas, no es
un adorno; es
una
necesidad.
Creo que todos sabemos por experiencia
que
poco a poco se nos van metiendo ídolos o “amorcejos” en el corazón; porque la vida y más la moderna desgasta. Que la meditación del
Evangelio de hoy nos sirva para
resituar a Dios en el centro de nuestra vida.
Qué bien entendió esto Santa Teresita del Niño
Jesús, doctora de la Iglesia. Ella
nos
escibe: ¡He visto a tantas almas volar como pobres mariposas y quemarse las alas, seducidas por esa luz engañosa, y luego volver a la verdadera, a la dulce
luz del amor, que les daba
nuevas alas, más brillantes y más
ligeras, para poder volar hacia Jesús, ese Fuego divino “que arde sin consumirse”!
Para terminar la meditación miremos al Virgen que tan admirablemente acogió en
su corazón al Verbo de
Dios y pidámosla con insistencia: ¡Madre,
ponme junto a tu
Hijo!