Lectura de la primera carta del apóstol
san Pablo a los Corintios (3, 1-9)
Hermanos, no pude hablaros como a hombres de espíritu,
sino
como a gente
carnal, como a niños en Cristo.
Por
eso os alimenté con leche, no con comida,
porque no estabais para más. Por supuesto,
tampoco ahora, que seguís los
instintos carnales. Mientras haya entre vosotros envidias y contiendas, es que os guían los
instintos carnales y que procedéis
según lo humano. Cuando uno dice «yo soy de Pablo» y otro, «yo de Apolo», ¿no estáis procediendo
según lo humano? En fin de cuentas, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Ministros que os llevaron a la fe, cada uno como le encargó el Señor. Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; por tanto, el que planta
no significa nada ni el que riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios. El que
planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada uno recibirá el salario según lo que
haya trabajado. Nosotros somos colaboradores
de
Dios, y vosotros
campo
de
Dios,
edificio de Dios.
Salmo responsorial (Sal 32, 12-13. 14-15. 20-21)R. Dichoso el
pueblo que
el Señor se escogió como heredad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. R.
El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. R.
Desde su morada observa a
todos los habitantes de la tierra: él
modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones. R.
modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones. R.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y
escudo;
con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos. R.
con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos. R.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (4, 38-44)
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón.
La
suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie
a su
lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al
ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: -«Tú eres el Hijo de Dios.» Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente
lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese.
Pero
él les dijo: -«También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios,
para eso me han enviado.» Y predicaba en
las
sinagogas de Judea.