A veces es mejor callar ante
las cosas de Dios
Cuestionar a Cristo tiene sus consecuencias. A
primera vista, la actitud de los sacerdotes y los ancianos nos puede parecer
infantil, es como si dijeran "vamos a poner a éste en un apuro y el pueblo
estará con nosotros". Ellos se creían superiores a todos, pero Jesús los
puso en su lugar. Es inútil cuestionar las cosas de Dios.
Imagina por un momento la escena: Jesús
hablando a la gente, predicando la Buena Nueva, enseñando en el Amor, y de
repente se acercan los sacerdotes y los ancianos con intenciones oscuras porque
lo que aquel hombre de Nazaret dice les resulta molesto, les rompe los
esquemas. Y de ahí la pregunta: si tú no vienes de nuestra parte, si no eres de
la casta sacerdotal, si no perteneces a la élite de Israel, ¿cómo te atreves a
venir aquí a dar lecciones? La pregunta que a su vez les plantea Cristo los
deja descolocados y su salida no puede ser más simple: No sabemos de dónde
viene el bautismo que Juan realizaba. ¿Vosotros sabios, doctores de la ley, no
lo sabéis? Pues yo no os lo voy a decir. Cristo les pone en su lugar y deja al
descubierto sus malas intenciones.
Y tú, ¿sabes de donde viene la autoridad de Cristo? Viene de su unión con el Padre, de ser Uno con Él y con el Espíritu Santo. La autoridad de Jesús en aquel momento se manifiesta en su negativa a responder a los que iban a por Él. Pero su autoridad tendría poco después otra manifestación más grande aún: Cuando desde lo alto de la Cruz dijo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".