En el evangelio, en el encuentro del anciano Simeón y Jesús, en brazos
de María, vemos una historia personal cumplida, lograda, exitosa. Entre tantas
vidas malogradas, cuya vocación está en contradicción con lo vivido o
realizado, el evangelio nos muestra un ejemplo luminoso de éxito vocacional.
Desde la fe, cada uno puede acoger con confianza su destino, saber que su vida
procede del Amor del Padre y que está orientada a su realización plena, en el
encuentro con el Salvador. Un encuentro que se realiza en lo cotidiano de cada
día y que puede ir iluminando cada vericueto, cada decisión difícil, todos y
cada uno de los pasos de la vida hasta desembocar en un destino pleno y eterno.
La Eucaristía de cada día nos anticipa esa salvación final y nos capacita para
construir con cada paso diario el camino hacia la plenitud total. Se lo podemos
pedir con confianza y audacia a la Virgen del Camino. Si estamos algo confusos
o perdidos, seguro que sentiremos su apoyo y su luz (que es Cristo mismo).
También el evangelio de este día tiene un mensaje de actualidad social. Parece que vivimos horas oscuras, faltas de esperanza y de certidumbres compartidas sobre las que construir juntos el futuro. Pues bien, nosotros los cristianos reconocemos en Jesús “la luz para alumbrar a las naciones”. Poseemos una esperanza insuperable que tenemos que vivir y compartir. Creemos en Dios salvador, creemos en el hombre, hijo de Dios, creemos en el mundo, salido bueno de las manos de Dios. El futuro nos pertenece. ¡Fuera miedos!