Encendemos la cuarta vela de adviento en este domingo ya próximo a la
navidad. El gran resplandor de las cuatro velas nos invita a aumentar el ritmo
de nuestro corazón para acoger con más amor aún al niño Dios que se nos
entrega.
La primera lectura nos habla de Belén y esto ya nos pone a tono.
Pensemos no tanto en el Belén geográfico, sino en el Belén que todos llevamos
dentro. Belén nos suena a paz, a pastores, ángeles, animales… y todo ello
envuelto en música. Hoy os invito a meditar escuchando de fondo villancicos o
música de navidad, o musitándola en el interior. Y en este ambiente,
composición de lugar que dice San Ignacio, te ofrezco la meditación de un
cuento de navidad que recientemente he escuchado a un obispo en la homilía. Se
acercan unos pastores al portal de Belén llevando muchos regalos, van cargados
todos, llevando leche, quesos, corderos, palomas, miel… Pero hay un pastorcito
que es muy pobre, va el último y lleva sus manos vacías. Se siente avergonzado
por no poder ofrecer nada al niño. Cuando están todos entregando los regalos a
la Virgen, ella, que tiene los brazos ocupados porque carga al niño, mira a su
alrededor para ver a quién pude pedirle que sostenga al niño. Entonces ve al
pastorcito pobre con las manos vacías y le entrega a Jesús. El pastorcito llora
de emoción al ver colmadas sus manos con el regalo de la Virgen, nada menos que
con el Hijo de Dios.
Y con el Evangelio podemos meditar la visitación de la Virgen a su prima santa Isabel en clave de navidad. Toda la vida de María fue servicio, entrega a los demás, cuidado de los más pequeños y necesitados. Y en todos esos momentos es la portadora de Cristo, el santificador. Este Evangelio nos invita a vivir estos días en clave mariana, en clave de servicio. Llevando dentro a Jesús y ofreciéndoselo a todos.