Bienaventurados los que no se
escandalicen de mí.
Hoy el Señor nos llama a la conversión, a
ponerle en el centro de nuestra vida y recordar lo que nos dice: “Yo soy el
Señor y no hay otro”.
Es una llamada a la conversión no a nuestra
manera, no por nuestra voluntad, ni nuestras fuerzas. No es una conversión a
ser mejores sino a confiar.
Jesús viene y “los ciegos ven, los cojos
andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan,
los pobres son evangelizados”. Vamos con Jesús, vamos a su encuentro a dejarnos
sanar. Jesús viene a traernos la paz, acojámosla.
Y si tenemos que aprender a confiar, miremos a María. Vamos a pedirle que nos deje hoy entrar en su corazón para aprender a confiar.