Vamos a descansar en el Señor, en este primer viernes de mes y del
adviento, contemplando el encuentro de Jesús con los dos ciegos del Evangelio.
Las dos personas ciegas que le seguían gritando “¡Ten compasión de
nosotros, Hijo de David!” quizás recordaban aquellas palabras que hemos leído
en el libro Isaías: “Aquel día… sin tiniebla ni oscuridad verán los ojos de los
ciegos”.
Ambos respondieron con firmeza cuando Jesús les pregunto “¿Creéis que
puedo hacerlo?”: “Sí, Señor”. Respondieron que sí creían en la acción salvadora
de Jesús y que se abandonaban en sus manos para ser curados. Entonces Jesús
tocó sus ojos, sus vidas, y quedaron abiertos a una mirada nueva.
Durante este recorrido del Adviento habrá momentos, como nos habrá
pasado a lo largo de nuestra vida, en que pensemos, sintamos, que somos como
los ciegos del evangelio, que no vemos, y que suplicamos a Jesús y nos parece
que no nos hace caso, no percibimos su cercanía, y nuestras cegueras y
oscuridades nos llenan de dudas y temores.
Pidamos hoy a María en la oración que no nos detengamos, que no nos dejemos
intimidar por el demonio de la desconfianza, que sigamos caminando con
esperanza, sin dejar de gritar “ten compasión de nosotros, Señor”, anhelamos tu
presencia, necesitamos de tu misericordia, suspiramos por la salvación que solo
tú nos puedes dar.
Supliquemos también a la Madre que nos de la confianza inquebrantable en el poder del Señor que tuvieron los ciegos del evangelio: sí, creemos. Para ello es necesario que miremos dentro de nosotros, nos examinemos, caigamos en la cuenta de en dónde están puestas nuestras seguridades y de lo endebles que son, pues no llenan el corazón. Y así, palpando nuestra pobreza, cuando menos lo esperemos, descubriremos que Él está a nuestro lado tocando nuestros ojos y curando nuestras cegueras. Y, como hicieron los ciegos, no tendremos reparo en hablar de Jesús a los que estén a nuestro lado, diciéndoles: el Señor está cerca.