El Señor viene… ¡su llegada es inminente! Es el sol que nace de lo alto,
el resplandor de la luz eterna, el sol de justicia. Le imploramos para que
ilumine a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Este adviento que está a punto de finalizar nos marca la senda para que
preparemos el corazón a ese Niño que va a nacer. El corazón se estremece porque ya
despuntan las yemas en la higuera, las viñas en flor exhalan su perfume.
Porque aguardamos al Señor, que es nuestro auxilio y nuestro escudo,
nuestro corazón se alegra con él.
Como María, no nos reservamos esta inmensa alegría para nosotros mismos; Ella, tras el anuncio que le va a hacer Madre de Dios, se olvida de sí, y se pone en camino, en actitud de servicio, para ayudar a su prima en un momento tan delicado para ella. Tengo que vivir en campaña de Visitación cada día de mi vida. En este mundo que prepara una Navidad tan diferente a la que realmente es, quiero ser testigo de la gran noticia… ¡Que Dios se hace hombre! Él es el mejor regalo, el que da sentido a todo. Por eso, dispongo mi corazón para su nacimiento, y lo preparo para que Él pueda sentirse arropado con un poco de calor, en esta noche tan fría en la que vivimos. Con san José y con María, me uno en este viaje hacia Belén, y ofrezco mi pobreza y debilidad, para que aprenda a vivir en humildad, a ejemplo de la Sagrada Familia.