Tenías que parecerte en todo a nosotros, tus hermanos, para ser
misericordioso y expiar nuestros pecados. Incluso padeciste la tentación.
La tentación que muchas veces siento de ser el protagonista de la vida,
la tentación de ser el artífice del éxito de todo aquello que hago, la
tentación de que me reconozcan lo genial que me ha salido aquella actividad que
he preparado o cualquier cosa en la que me involucre.
Tú te viste inmerso en la tentación porque, cuando alguien te
necesitaba, tú lo curabas. Curabas a todos los que aparecían. Y tuviste que
retirarte y orar para no caer en la tentación del triunfalismo, de ser el
centro, de creerte protagonista.
Gracias Señor por querer parecerte en todo a nosotros y superarlo.
Porque así me enseñas la manera de vivir “los éxitos”: rezando. Dando gracias a
Dios Padre por los dones que me ha dado y pidiéndole ponerlos siempre a
disposición de los demás para gloria suya, no mía. Orar, orar siempre, sin desfallecer.
María es experta en poner en el centro al Señor: “he aquí la esclava del Señor” “haced lo que Él os diga”… Ayúdame Madre a no caer en la tentación de ser el centro de atención, enséñame a ser tan humilde como tú.