La fiesta del bautismo del Señor es también nuestra fiesta porque
recordamos el acontecimiento más importante que nos ha sucedido: nuestro
bautismo. Por el bautismo hemos sido hechos hijos de Dios y herederos del cielo
con Cristo. Es también la fiesta de la Trinidad. Al comenzar hoy la oración no
dejemos de invocar al Espíritu Santo que es el mayor regalo que hemos recibido
y vive en nuestro corazón. Y escuchemos la voz de Dios Padre que desde lo Alto
nos invita a mirar a su Hijo en quien se complace.
Oración de contemplación: mirando lo que sucede, escuchando a las
personas, metiéndonos en la escena como si presente nos halláramos.
Contemplemos primero a Jesús en la cola de los pecadores, de aquellos que
quieren ser bautizados. Después a Jesús metido en medio del río Jordán siendo
bautizado por Juan; al Espíritu Santo en forma de paloma posándose en Jesús y
finalmente, escuchemos la voz del Padre: este es mi Hijo amado, en
quien me complazco. Jesús, que es el cordero sin mancha que quita los
pecados del mundo, está hoy en medio de los pecadores que piden misericordia.
¡Qué misterio más grande! Pidamos recibir el Espíritu Santo para que nos enseñe
toda la verdad: la verdad sobre nosotros mismos y sobre todo, la verdad sobre
Él mismo. ¿Qué quieres Señor de mí? ¿Cuál es mi sitio? Ayúdame, Señor, a
conocerte para amarte y, con docilidad, seguir tu ejemplo. Hoy te veo metido en
medio de las aguas del Jordán que representan a la Iglesia con todo su poder
santificador. Con ello, me quieres enseñar a ser humilde y a vivir sumergido
(oculto) en Ti.
Aunque indigno, por la gracia del bautismo soy mirado por Dios como hijo
suyo, elegido entre muchos y en quien se complace porque ha puesto su espíritu
sobre mí. Esta es mi dignidad y responsabilidad: el Señor me ha llamado, me
lleva de su mano y se ha comprometido conmigo. Me ha hecho luz de las naciones,
consuelo de los pobres, de los cautivos, de los ciegos, de los que viven en
tinieblas…
Terminemos mirando también a la Virgen, a su gran humildad. Ella es la madre de Dios y la esposa del Espíritu Santo. Por ella nos llegan todas las gracias y su Corazón es el refugio seguro de la gracia.