El Evangelio de hoy, es de esos
desconcertantes, en los que nos damos cuenta de que nos faltan claves de fe
para entender lo que está ocurriendo.
¿A qué viene ese aparente desprecio
en público, que Jesús hace a su madre y familia? ¿Qué está queriendo decirnos
el Señor?
Pensemos (y no es arriesgarse
mucho) que Jesús tenía un inmenso amor y respeto por María y por sus
discípulos. Pero parece que no son los lazos de sangre, o los afectos humanos
(la mera amistad o caerse bien) lo que hace de ese grupo de personas el germen
de la Iglesia.
La vida cristiana y la vida de Iglesia
se funda en una llamada común, un asombro por Alguien compartido por muchos.
Son los lazos de la fe los que hacen nuevas todas las cosas en las relaciones,
las que permiten perdonar una y otra vez, reparar situaciones, trabajar
incansablemente unidos, el don de la unidad…
Por tanto, ahí va el test sobre
mi seguimiento del Señor:
·
¿Construyo Iglesia sobre el seguimiento recíproco del Señor?
·
¿Eres Tú, Señor, quien nos ha convocado, reunido y quien nos ha llamado a
entendernos en nuestra realidad concreta de pertenencia a la Iglesia?
·
¿O por el contrario son las simpatías o antipatías humanas las que definen
y configuran nuestras comunidades?
La Virgen nos enseña el camino para ser Madre de Jesús: ser su discípula. Decidir entregar la propia libertad al Señor no nos esclaviza, sino que nos hace hijos en el Hijo, y hermanos entre nosotros. Concédenos Madre, este gran don.