Hoy leemos en el evangelio de san Marcos: “Jesús se retiró con sus
discípulos a la orilla del mar, y lo seguía una muchedumbre…”. Se subió en una
barca, cerca de la orilla, para poder hablar desde allí porque el gentío le
apretujaba… Ya sabes la razón por la que le siguen: porque había curado a
muchos, y todos los que sufrían de alguna dolencia se le echaban encima para
tocarlo.
Hoy a Jesús le tenemos tan cerca, que cada día se nos da en la
Eucaristía. Está siempre presente, en el sagrario de las iglesias; en cada una
de las personas con las que nos cruzamos y convivimos cada día. Pero siempre
está presente en lo profundo de nuestro corazón: en medido del ruido, rodeado
de personas o buscado en el silencio. Quiere que sienta con frecuencia la
soledad en medio de la actividad (desconectado el móvil…) y en el silencio para
descubrirle y escucharle dentro de mí.
Que este rato de oración me fortalezca la esperanza, aunque nos dé la
sensación de que los cristianos, en muchos lugares, parece ausente, como
reducidos a minorías casi invisibles.
Pero esta oración es para tocar al Señor, para dejarme tocar por Él. Tú y yo también necesitamos ser curados. Jesús no huye, parece que, a veces, se esconde, pero es para que le busquemos con mayor intensidad. Él siempre nos espera en la Eucaristía y en nuestro interior solitario.