Hoy, las lecturas de la misa nos invitan a reflexionar y orar ante la
realidad del pecado en nuestra vida. Y confiamos en el mismo Cristo que, en su
vida terrena, se ofreció a sí mismo para destruir ese pecado y, en el cielo,
intercede ante el Padre por nosotros.
Sabemos que el corazón del Padre, manifestado en su Hijo, está lleno de
misericordia y fidelidad. Que es como decir que nuestra miseria y pecado no le
harán cambiar su ser compasivo. Le duele que nos hagamos daño, sí. Pero a nada
que nos pongamos en camino y deseemos volver a él, se
desbordará en atenciones y alegría por nuestro regreso.
En el evangelio, se nos mostrarán varios aspectos del pecado, que se
pueden perdonar la mayoría de ellos, pero que hay algunos (Dios nos libre de
ellos) que pueden ser causa de condena eterna (el que blasfeme contra el
Espíritu Santo).
Quizás sea esta una buena ocasión para pedir aborrecimiento del pecado
en cualquiera de sus manifestaciones y, si nos es posible, al calor de la
oración, prepararnos al sacramento del perdón.
Pidamos a Santa María que nos alcance gracia para entrar dentro de nosotros mismos, reconocer todo aquello que nos aparte del Señor y abrirnos sinceramente a su compasión y fidelidad.