La misericordia del Señor no tiene calendario. Jesús no tiene días
libres ni findes en los que no esté disponible para perdonar,
pero nosotros a veces nos podemos sentir como el hombre de la mano paralizada:
rodeado de miradas indiscretas dispuestas a disparar, aunque no fuese contra
él. La incomodidad del momento
frente al deseo de sanación.
Puede que nosotros también tengamos que crecer en libertad interior para
acercarnos con tranquilidad, confianza y alegría al sacramento del perdón.
Cuando nos escondemos por vergüenza o pereza, nos metemos un gol en propia. 0 -
1 contra el demonio. Suena exagerada la expresión del evangelio, pero la
sanación de Jesús nos salva la vida.
Podemos en este rato de oración recordar agradecidos momentos de nuestra vida en los que una buena confesión nos ayudó a salir del pozo, a cambiar el rumbo en un momento difícil, a no rendirnos, a volver a abrazarnos al Señor. Y pedir redescubriendo este regalo para desearlo y recibirlo más apenado y ser también apóstoles de la confesión entre los que sufren el peso del pecado.