Siendo de Santa María, un sábado, día dedicado a la Virgen, la oración
tiene un cariz especial de delicadeza hacia ella, y la Misa también. Además,
recién celebrada la Navidad, en la que seguro Ella nos ha marcado con muchas
gracias que suele conceder junto a Jesús. Ella está junto con san José haciendo
que nazca en nuestros corazones, de una forma nueva, en una conversión
constante hacia ella con su mirada e invitación.
Pero nos llama mucho la atención la primera lectura. Nos habla de la
Palabra de Dios que en Ella se hizo carne, que penetra alma y espíritu y juzga
siempre los deseos del corazón. Nos invita a penetrar en el trono de la gracia
para alcanzar misericordia y hallar la ayuda oportuna, porque su Palabra es
espíritu y vida.
Vemos que eso se cumple en María de una manera plena y, llena de gracia,
nos lo transmite cuando a Ella nos dirigimos.
Así sucede con la llamada al recaudador de los impuestos al que Jesús,
ni corto ni perezoso (nos enseña a ser largos y diligentes), le invita a
seguirle. ¡Cuántas veces hemos escuchado esa voz en el interior de nuestro
corazón que nos empuja a seguirle!
También en este sábado escuchamos esa voz y, con la dulzura de la Madre
a la que miramos y nos sonríe, nos indica con una inclinación de cabeza:
“síguele, es mi hijo”.
Santa María de la Esperanza, de la fe y el amor, que le conozca, le ame y le siga.