Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
Las lecturas que nos propone hoy la Iglesia recogen una llamada al anuncio del Reino de Dios. Es llamativa la cerrazón de la mente y el corazón de los judíos para no querer ver la salvación en la persona de Jesucristo. Como dice San Pablo, rechazan la vida eterna. También llama la atención la respuesta inmediata de los gentiles, de aquellos que no conocían la persona de Cristo ni la historia de la salvación. Nada más oír el mensaje, se alegraron y alababan la palabra del Señor. Esta frase recuerda a aquella misma respuesta que, algunos años atrás, dieron aquellos otros gentiles en Belén, los pastores: “Los pastores se llenaron de alegría y volvieron alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían oído y visto”.
Cuando un corazón es sencillo y no se enrevesa en sus prejuicios y propios criterios sino que acoge la palabra y la deja crecer en su interior, brota en él la vida eterna. Cuántos ejemplos hemos visto de hombres no creyentes que, tras conocer a Jesucristo dejan crecer su palabra en el corazón y transforma su vida (buena tierra); y cuantos otros (quizá yo mismo) ahogo la Palabra sembrada en mi interior por los afanes de la vida, siempre con la lengua fuera. Pegunta: ¿me llena de alegría el haber conocido a Jesucristo, el que Dios me haya elegido o, por el contrario, no soy consciente de esa gracia e incluso, a veces, me supone una carga “poco llevadera”…?
Del Evangelio de hoy (el envío de Cristo) resaltaría 4 ideas:
- Hay que trabajar por el Reino de Dios, sí o sí.
- Caminar en confianza (Él nos envía), sabiendo que nos rodean dificultades.
- Seamos creadores de paz, como decía Francisco de Asís: allí donde no haya paz, ponga paz.
- No busquemos cosas extraordinarias, simplemente ser capaces de manifestar la alegría de haber sido llamados al Reino de Dios. Como propósito (sencillo y complicado) para ser apóstoles: ser capaces de hacer lo que debo de hacer en cada momento (pedir luz para verlo y fuerza para poder hacerlo).
Poner todo en manos de María.