Hay que leer despacio este texto que nos propone el Evangelio de hoy. Así, leyéndolo despacio, nos ponemos en la presencia de Jesús. Él se hace presente.
La fama de Jesús llega hasta el rey Herodes. Todos hablaban de Jesús. Algunos le confundían con Juan el Bautista o alguno de los antiguos profetas. Estas son las palabras confusas de Herodes: “Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado”. Y decía la verdad.
Continúa el Evangelio. ”Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado”.
Y el evangelista san Marcos describe, con detenimiento, el motivo por el cual, el rey Herodes, le mandó decapitar… Léelo.
Este acontecimiento que narra el Evangelio de hoy es de completa actualidad. El poder si no está afirmado en la ley de Dios, se pervierte y corrompe. El poder político, económico, social, es capaz de manipular la justicia y la verdad con todas sus fuerzas para conseguir lo que se propone. Aunque sea matando a la persona más indefensa, al niño todavía no nacido.
La conciencia deformada es incapaz de distinguir lo legal de lo moral. Herodes hace saltar por los aires, por el capricho y la inmoralidad de una mujer, que le tiene encadenado a su voluntad.
Herodes escuchaba a veces con gusto a Juan, pero era incapaz de seguir sus consejos. Una cosa es oír y otra vivir de forma coherente.
Que en este rato de oración entremos en contacto con el Señor. Primero le escuchamos. Y después, que mueva nuestra voluntad para vivir desde la verdad y la justicia. Y esto se hace sin ruido. Cumpliendo sencillamente con fidelidad nuestro deber sin dejarnos sobornar ni manipular por cualquier tipo de poder.
Pidamos a María que desde la sencillez de una vida aparentemente normal, recibamos la fuerza para vivir siempre haciendo el bien, aunque nadie se entere. Esta alegría contagiosa de hacer en cada momento lo que tengo que hacer, dará sus frutos. Descubriré en todas las personas el rostro escondido de Dios. Él se manifestará, se hará presente.