Llama la atención en las lecturas del día de hoy lo verdaderamente claro que nos habla el apóstol Santiago. Nos habla de un fenómeno universal que ya en su tiempo se daba y que ahora podemos afirmar que mucho más todavía: la crítica, el chismorreo.
Su rechazo a este vicio es tan fuerte que se atreve a afirmar: “Hay quien se cree religioso y no tiene a raya su lengua; pero se engaña, su religión es vacía.” Y esto es porque quien no tiene a raya su lengua es como quien esparce un virus o un tóxico que envenena el ambiente. Es como quien comparte su pecado con otro, haciéndole pecar también.
Es cierto que a menudo lo hacemos de una manera casi inconsciente, por eso dirá que el que así obra, se engaña, pensando que no tiene importancia o que no es moralmente relevante, que todo el mundo lo hace. ¡Es tan fácil justificarse! Muchas veces nuestra crítica nace del juicio negativo que hacemos sobre los demás, la mayor parte de las veces un juicio injusto o cuando menos no misericordioso, sin benevolencia. Por eso también nos dice que tenemos que ser: “prontos para escuchar, lentos para hablar y lentos para la ira. Porque la ira del hombre no produce la justicia que Dios quiere”. La ira del hombre no es como la de Dios, no es una ira santa. Suele ser una ira que critica las pasiones ajenas partiendo de las propias pasiones. Por eso casi siempre nos equivocaremos, porque contemplamos la enfermedad del prójimo con nuestro ojo enfermo. En la crítica ajena seguramente hay la misma cantidad de razones objetivas criticables como de pasiones subjetivas que incitan a la crítica y al juicio ajeno. Es como si intentásemos coser una herida abierta con una aguja infectada. La herida quedaría cerrada pero también quedaría infectada por lo que no produciría el bien deseado. Hay que desinfecta la aguja, purificar el propio corazón para que nuestra crítica no sea dañina, para que no vaya infectada y contamine aquello que pretende curar o corregir. Por lo tanto, nos dirá el apóstol: “eliminad toda suciedad y esa maldad que os sobra”.
Ese es el primer paso para poder hacer el bien. La Palabra de Dios es viva y eficaz, por eso, meditemos en este día en esta lectura de la Sagrada Escritura y luego: “Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla”.