16 febrero 2014. Domingo de la sexta semana de Tiempo Ordinario (Ciclo A) – Puntos de oración

Mt 5 17 -37

Al empezar la oración debo pedir luz al Espíritu Santo, ponerme en la presencia de Dios siendo consciente ante quién estoy y qué voy hacer para que ese encuentro con Él sólo sea, como todo el día, ordenado en su servicio y alabanza.

El método de enseñar por contraste, que usaban los rabinos en la sinagoga Jesús lo utiliza cuando dice: “Habéis oído que se dijo a los antiguos…, pero yo digo”. Cristo compromete en cada afirmación toda su autoridad mesiánica superando al Antiguo Testamento. La clave del sentido de la nueva ley radica en dos frases:

1ª. “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir sino a dar plenitud”. Jesús no es revolucionario que tira todo por la borda, no desautoriza la ley antigua, sino que le da plenitud, es decir, una mayor exigencia mediante la enseñanza de la ley nueva: “…pero yo os digo”.

2ª. “Os aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos”. Es decir, si vuestra fidelidad al Señor no es mayor que la de ellos, no seréis hijos del Padre de los Cielos, ésta es la diferencia que Jesús señala entre el Antiguo y Nuevo Testamento. El amor sin límites a Dios y a los hermanos es la plenitud de la Ley de Cristo, pues “amar es cumplir la ley entera” (Rom 13,10).

La frase de Jesús “pero yo os digo…” debe significar hoy para nosotros el tener la fortaleza de no adaptarnos sencillamente a lo que sucede a nuestro alrededor, a lo que es normal y acorde con lo que vive nuestra sociedad pagana. Como nos dice la primera lectura del libro del Eclesiástico hay que elegir entre la vida y la muerte; entre agua y fuego. El cristiano tiene que saber elegir ese fuego que Jesús vino a traer a la tierra, para derretir nuestros egoísmos y nuestras indiferencias, nuestro acomodarnos al estilo de vida que nos rodea. Hay que suplicar la fuerza para ser capaces para elegir vida y no muerte, porque tenemos que hacer la experiencia de que una vida centrada en el disfrute y en el bienestar no nos hace más felices.

Hay que optar por esa sabiduría escondida, que no conoce y no puede dar el mundo, la sabiduría del “pero yo os digo”, la sabiduría de Jesús, la sabiduría del Sí de María por el cual hoy la llamamos Bienaventurada todas las generaciones.

Al terminar este rato de oración alegrémonos de que el Corazón de Jesús,  manso y humilde de corazón es el que nos da estas enseñanzas, no sólo con palabras sino con su ejemplo y fuerza para poder cumplirlas.

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