1.- El
que se humilla será ensalzado
Segundo Libro
de Samuel 15, 13
"Si
un hijo mío, nacido de mis entrañas, quiere quitarme la vida, ¡cuánto más este
benjaminita! Dejadlo que me maldiga, porque se lo ha mandado el Señor. Quizá el
Señor mire mi humillación y me devuelva la felicidad, a cambio de esta
maldición que hoy recibo de él".
El
delicioso relato bíblico nos presenta a David, que de simple pastor es elegido
como rey de Israel, que vence al gigante Goliat y lleva al Pueblo Elegido a lo
más alto…sin embargo, por el pecado de adulterio y homicidio, va cayendo hasta
lo más bajo, llegando a ser combatido por su hijo más querido Absalón y
maldecido por un simple soldado. David se humilla, David revela su nobleza y
generosidad aceptando su realidad, su pecado porque espera que el Señor “mire
su humillación” y le “devuelva la felicidad”. Qué bellos salmos nos brindará
como fruto de esta actitud. Recordemos el 50: “Misericordia, Dios mío, por tu
bondad, tu compasión, borra mi culpa, limpia mi pecado, lávame de todo delito”.
2.- El
Señor es mi escudo
Salmo
3,2-3.4-5.6-7. Mas tú, Señor,
eres mi escudo, mi gloria, el que levanta mi cabeza. Tan pronto como llamo al
Señor, me responde desde su monte santo
Aunque
vengan todas las dificultades, aunque me acechen todos los enemigos no debo
temer porque me defiende Dios, mi ESCUDO ES EL SEÑOR
3.- La
dulce y confortadora alegría de evangelizar
Evangelio
según San Marcos 5,1-20. “…el
hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él.
Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a tu casa con tu familia,
y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti". El
hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús
había hecho por él, y todos quedaban admirados”.
Un
hombre, poseído por el demonio –triste, cautivo, infeliz- , es liberado por
Cristo y recobra la alegría, la libertad, la felicidad. Por ello, brota de él
“consagrarse” y estar con Jesús. Sin embargo, el Señor, no se lo permite sino
que le encomienda otra misión: estar con los suyos y ahí proclamar el
Evangelio. Muchos lo consideran como la fundamentación del apostolado seglar o
laical. “Donde Dios nos plante, ahí florecer” decía Teresa de Calcuta. A mí
sugiere el bello texto de la reciente exhortación “Evangelii gaudium”,
que se refiere a la “dulce y confortadora alegría de evangelizar”:
“Por
consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de
funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría
de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el
mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así
recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados,
impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida
irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría
de Cristo».[1] (n.10)
Oración final: Nos encontramos entre dos bellas fiestas
marianas, la Candelaria, 2 de febrero, Lourdes, 11 de febrero, pidámosle a Ella
que seamos humildes y generosos, para hacer de nuestra vida un permanente
Magníficat.