27Jueves de la séptima semana del Tiempo Ordinario – Puntos de meditación

Te doy gracias, Señor, por todo lo que he recibido: mis ojos, mis pies, mis manos…, por el agua que quita mi sed y por la sal que me la provoca y sazona los alimentos... Te pido, Señor, que mi boca sea verdadera, y esté sellada para la mentira y la maledicencia; que mi vida sea coherente con lo que pienso y lo que digo, y que no escandalice a nadie con ella.

Las palabras de Jesús, del buen Jesús, son hoy duras e incisivas. Cuando meditamos en estas cosas es bueno empezar con una acción de gracias como hemos hecho nosotros con el párrafo anterior. Todo lo de la tierra es bueno, y todo lo del hombre también, pero el mal y el Maligno están acechando siempre para hacernos caer. Ellos consiguen que todo lo hermoso y bueno de la creación se convierta en asqueroso y malo. Las cosas de la creación son medios para conseguir el fin principal de nuestra vida que es la salvación para la otra vida, la vida eterna. Por eso, si un medio no nos ayuda a alcanzar el fin es mejor dejarlo de lado, cortarlo.

Que no nos lleve a pecado nada de lo que es bueno en sí mismo. Que tampoco lleve a otros a pecado algo del mal que hacemos nosotros. El pecado se contagia. Por eso nos dice Jesús que hay que cuidar de no pecar, primero por Dios mismo, luego por uno mismo, pero en tercer lugar porque escandaliza a otros y los puede confundir y hacer caer también.

Y recemos un rato con el consuelo de la última frase de Jesús. Que no falte en nosotros la sal. La sal de la gracia. La sal del buen humor. La sal del sabor de los alimentos. La sal de la propagación del evangelio. Y que reine la paz entre unos y otros. Que seamos instrumentos de paz en cada rincón de este mundo lleno de guerras.

Hoy, nuestra oración tiene que ser positiva, vibrante de emoción, agradecida, salerosa. Sí, Jesús nos ha dicho cosas preciosas. ¡Qué grande eres Señor!

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