“¿No es este el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 3)
El carpintero. Así es como conocen a Jesús después de treinta años. Por su oficio, por su dedicación profesional. Treinta años de vida oculta. Sin discursos, sin portentos, sin destacar. El carpintero. Aparente inacción apostólica. Aparente ineptitud redentora. Y, sin embargo, años después el mismo Pedro afirmaría clarividentemente que “la cosa empezó en Galilea” (Hechos 10, 37).
Allí, en Nazaret de Galilea. En horas y horas de trabajo de apariencia monótona, pero de realidad fecunda. Porque esas horas estaban llenas de amor, de la voluntad del Padre. Porque esas labores estaban plenas de perfección humana. “Todo lo hizo bien” (Mc 7, 37). Con los medios de que entonces disponía cualquier hombre de su tiempo, pero –repito- con el empeño de realizar una obra bien hecha.
Los tiempos han cambiado. El trabajo manual ha sido potenciado por la máquina. Pero lo mismo que el hombre llega más lejos y aumenta su capacidad por medio de la máquina, también tiene el hombre que aumentar la capacidad de su alma para tomar sobre sí el trabajo mecánico, dominarlo y ofrecérselo a Dios. Así, las máquinas – por medio del hombre- alabarán a Dios con su trabajo y le glorificarán. De este modo también ellas tomarán parte de esta gran Misa solemne del mundo que cada día celebra el trabajo del hombre, y seguirá celebrándose hasta el fin de los tiempos.
¿Cómo es mi trabajo, mi estudio, mi tarea profesional? ¿Posee esa tendencia a la obra bien hecha que responde al amor y que posee eficacia apostólica y redentora? No olvidemos el consejo del apóstol Pablo: “Todo cuanto hagáis de palabra y de obra, hacedlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por Él” (Col 3, 17).
Te está cantando el martillo,
y rueda en tu honor la rueda.
Puede que la luz no pueda
librar del humo su brillo.
¡Qué sudoroso y sencillo
te pones a mediodía,
Dios de esta dura porfía
de estar sin pausa creando,
y verte necesitando
del hombre más cada día!
Quien diga que Dios ha muerto
que salga a la luz y vea
si el mundo es o no tarea
de un Dios que sigue despierto.
Ya no es su sitio el desierto
ni la montaña se esconde;
decid, si preguntan dónde,
que Dios está -sin mortaja-
en donde un hombre trabaja
y un corazón le responde.