Empezamos nuestra oración
poniéndonos en la presencia del Señor y pidiendo ayuda al Espíritu Santo. Hoy
podríamos fijarnos en que necesitamos ayuda para hacer silencio de imaginación
y prestarle a Él toda nuestra atención, tener los oídos abiertos sólo para Él.
Ayer celebrábamos la Virgen de
Lourdes que tiene tanto significado para nosotros, y yo le pedía y le sigo
pidiendo hoy que me conceda el milagro de avivar mi fe, de abrirme el oído para
escuchar su voz. Tantos años orando, delante del Sagrario y veo que creo más en
mí que en Él. Recuerdo al estólido científico Alexis Carrel y le pido que, como
él, tras presenciar tantos milagros en mi vida, me decida a abrir las puertas de
mi vida de par en par a Cristo. Que realmente toda mi vida esté transida de su
presencia, que mis actos y pensamientos sean consecuencia de su vida en mí. Que
sea sensible a lo que acontece a mi alrededor. El personaje sordo del
evangelio, que apenas podía hablar y no podía oír lo que le llegaba de los
demás, no podía por lo tanto comunicarse con ellos. A nosotros nos puede pasar
lo mismo, que estemos cerrados al mundo, metidos en nuestra cómoda burbuja, con
un aislamiento acústico, que nos aísla de los problemas y necesidades de los
que nos rodean. Mi fe es sorda e inoperante, ni escucha ni lleva a la acción.
Pidamos al Señor que nos abra el oído. Que el Señor nos toque interiormente y
nos mueva hacia Él y los demás.
El sordo oye: “Effetá,
ábrete”. Y al momento se le abrieron los oídos y empezó a hablar. Rompamos las
barreras de una comunicación real con Dios y los hermanos. Jesús es el Mesías
esperado que hacer oír a los sordos y hablar a los mudos.
El Señor comienza una nueva creación con su palabra en aquellos que le escuchan. Estamos envueltos en tantas llamadas y muchas veces como en la primera lectura nos indica, nos dejamos embaucar y vamos desfigurando la imagen con la que Él nos hizo, que Dios quiere de nosotros. Pidamos a la Virgen que aumente nuestra fe, que nos haga hijos en el Hijo.