5 febrero 2021, viernes de la 4ª semana de Tiempo Ordinario. Puntos de oración

Preparamos nuestro corazón para el encuentro con Jesús, invocando al Espíritu Santo, repitiendo pausadamente las invocaciones: “Ven Espíritu Santo”, “ven dulce huésped del alma”.

Pedimos ayuda a la Madre: “Madre, tus ojos para mirarle, tus oídos para escucharle, tu corazón para amarle”.   No nos olvidamos de san José, nuestro maestro de oración. Le invocamos: “San José, enséñanos a orar, cuida de nuestra perseverancia”. 

Me tranquilizo. Respiro más despacio. Procuro bajar el volumen de mis pensamientos y preocupaciones disparatados y aleatorios.

El evangelio de hoy nos trae una escena dramática, unos personajes a considerar, esclavos de sus pasiones, un inocente sacrificado.

Herodías era una mujer resentida que respiraba odio hacia el profeta. Había dejado a su marido Herodes Filipo para unirse a su cuñado Herodes Antipas, contraviniendo la ley judía. Juan recordaba en su predicación la ilicitud de ese adulterio público.

Salomé representa la inconsciencia de una joven que no es capaz de medir el alcance de sus actos.

Herodes Antipas se comporta como un bravucón y un cobarde, se tira un farol y ante la solicitud de Salomé no se atreve a rectificar, esclavo de su bravuconada ante su corte de aduladores, aun a sabiendas de que en ello va la vida de un inocente. Entre los tres acabaron con la vida del profeta.

Herodes Antipas era hijo de Herodes el Grande, aquel rey que mandó matar a los niños menores de dos años. De tal palo, tal astilla. Volverá a aparecer Antipas en el evangelio, en san Lucas 23: 6-12.  Estamos en la pasión, Pilatos manda a Cristo a ver a este Herodes. La llegada de Cristo le agradó mucho. Había oído hablar de Él y esperaba ver algún prodigio. Lo consideró como un bufón o como persona entregada a artes ocultas, que divertían por entonces a las cortes. Y, por eso, le hizo muchas preguntas. El Señor nada contestó. Cristo no venía con sus milagros a divertir, sino a salvar.

Antipas con su corte le despreció y le mandó poner una vestidura brillante. El sentido de este acto era representar al Señor como un rey de quien burlarse.

El considerar, trayendo a la memoria, a estos personajes, no puede llevarnos a la oración del fariseo: ¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, adúlteros, injustos…(Lc18,11). No podemos olvidar que estamos hechos de la misma madera que ellos. Refugiémonos, con humildad, en la oración del publicano: El publicano se quedó allá lejos, y ni se atrevía a levantar los ojos al cielo, y hería su pecho diciendo: ¡Oh, Dios!, sé propicio a mí pecador. (Lc18,13)

Que la Madre nos conceda esa gracia, mantenernos en la oración humilde del publicano, no mirar por encima del hombro a nadie, aunque sea el mayor pecador.

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