Entramos en este tiempo fuerte de Cuaresma
envueltos en un atosigante clima de pandemia. A pesar de todo, «ahora es
tiempo favorable, ahora es día de salvación». (2 Cor 6,2)
Es un tiempo para creer, esperar
y amar; camino de conversión y oración. Oportunidad para robustecer la fe en el
Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya
fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre.
En un Año dedicado a San José, el
de corazón de padre, el padre amado, el esposo amado, el esposo amante.
¿Qué retos me plantea esta
cuaresma? ¿Qué veo, y quizás también ven los que me rodean, que sea urgente
convertir en mí? Volvamos a la experiencia de Dios y
al Misterio, al sentido de la eternidad. San José intercede.
Siempre hemos de estar en camino de
conversión. El gran Papa San Juan Pablo II decía que conversión es la primera
palabra del evangelio. “Ecclesia semper reformanda”, asevera un dicho
conocido. Pero hay que traducirlo a primera persona, del español al español: Yo
siempre en proceso de reforma, vamos, de conversión. Supliquemos: ¡Que te
conozca! ¡Que me conozca! De este modo podemos afrontar toda tentación, que
suele estar ahí rondado, como león rugiente.
Deberíamos alentar en nosotros,
en consecuencia, gozosamente, la esperanza en la
reconciliación, brutalmente entregada a cada uno, personalmente, en el
Sacramento que está en el corazón de nuestro proceso de conversión. Para
convertirnos en difusores del perdón: al haberlo acogido nosotros, podemos
ofrecerlo. “El perdón de Dios, también mediante nuestras palabras y gestos,
permite vivir una Pascua de fraternidad.” (Mensaje para la Cuaresma
2021).
Pedimos a San José “el mejor de los milagros, nuestra propia conversión”. Y
ya, de paso, redescubrir que, de la lucha contra las fuerzas demoníacas, se
deduce que Jesús constituye el inicio de la transformación del mundo, que el
reino de Dios está presente y que se desarrolla a través de obstáculos, que
entre el hoy y la “parusía” sus discípulos padeceremos sufrimientos y
contradicciones.
Nuestra mirada hemos de ponerla
en Jesús que lleva a término el reino de Dios. Este reino es una realidad que
trasciende el mundo de los hombres. De ahí la invitación a convertirse y a
creer en la Buena Noticia. ¿Creo en esa buena noticia de verdad y con todas las
consecuencias?
El inicio del reino de Dios exige pasar a través del desierto. Esa travesía también se me presenta a mí, y la verdad es que es de locos, pero sé de quién me he fiado. Madre y Señora nuestra: llévanos a Jesús.