1. El ayuno que yo quiero de ti (Is 58, 1-9)
Como siempre, el Señor nos pide
que nos andemos por las ramas, que no nos quedemos en lo accesorio, en los
medios y que vayamos al tronco y la raíz, lo central, el fin. Romper cadenas
injustas, levantar yugos opresores, liberar a los oprimidos, compartir pan con
el hambriento, abrir mi casa al pobre sin techo, vestir al desnudo, no dar la
espalda a tu propio hermano. En definitiva, las obras de misericordia, que de
modo tan bello y pedagógico nos lo comunica el musical “Contigo” y todos sus
recientes subsidios. Entonces llamarás al Señor y él te responderá: ‘Aquí
estoy’. El “venid, benditos de mi Padre del Cielo comienza aquí en el
Suelo”. ¡Qué formidable programa de “ayuno” para la presente Cuaresma!
2. ¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad! (Salmo 51 (50))
Saborea el salmo poco a poco,
quizá te baste con la súplica de entrada, “ten piedad de mí, Señor, por tu
bondad, tu ternura, tu misericordia… Mira a Jesús en la cruz, en el sagrario,
en una imagen…y que Él te mire, que su mirada te acaricie, te sane, te renueve
por dentro y por fuera, totalmente…
3. “¿Cómo pueden llevar luto los
amigos del esposo, mientras él está con ellos?” (Mt 9, 14-15)
Este momento es para estar con el
esposo, para tratar de amor con quien sabemos que nos ha desposado…Luego vendrá
el tiempo de ayunar, de aportar medios, de buscar…pero para ENCONTRARLE, para
estar con Él, para amarle y dejarme amar. Haz lo que haces, ama y déjate amar,
calla, vive, déjale…
¡José, María, vuestro corazón
para ponerme a tono con el de Jesús!
Vendrá el tiempo...que ayunarán
Hijos bien-amados y hermanos:
Dios que en su sabiduría gobierna todo y de forma excelente y sabia lleva a
buen término las estaciones y los años, nos ha hecho conocer que ya ha llegado
el tiempo de salvación y beneficio para las almas. (...) ¡Gracias sean dadas a
quien nos ha revelado este tiempo y juzgados dignos de alcanzarlo! Por eso, en
todo momento debemos llevar una vida santa y pura y observar los mandamientos
de Dios, en particular actualmente. (...) Ya que es tiempo de purificación,
¡purifiquémonos! Ya que es tiempo de abstinencia, ¡hagamos abstinencia! No sólo
de alimentos, porque no sería suficiente. Hagamos abstinencia (...) de envidiar
la buena reputación de nuestro hermano y ponernos en cólera o irritarnos contra
el prójimo. Hagamos abstinencia de no poner freno a nuestra lengua, dejándola
correr como ella quiere. Se debe imponer ella misma los límites: no hablemos
mucho ni en cualquier momento, hablemos sólo de temas convenientes. Nuestros
ojos se deben guardar de miradas impúdicas. Nuestros oídos deberían permanecer
cerrados, abriéndose sólo para escuchar lo que es agradable a Dios y él ama.
San Teodoro el Estudita (759-826) monje en Constantinopla