La ley de Moisés mandaba a los israelitas que, a los
40 días del nacimiento del primogénito, este debía ser presentado en el Templo,
para ofrecerlo a Dios y ser rescatado, pagando por él una limosna…
José y María fieles cumplidores de la Ley, así lo
hicieron, y como eran pobres, ofrecieron un par de tórtolas o dos pichones…
Lo que no se imaginaban es que se encontrarían con un
hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel… Este hombre movido
por el Espíritu Santo fue al Templo en el momento en que se pudiera encontrar
con la Sagrada Familia…
Su alegría fue inmensa y no pudo por menos de profetizar,
pues estaba lleno del Espíritu Santo… Escuchemos de nuevo sus palabras, pues
pueden darnos materia de oración en este bendito día: -«Ahora, Señor,
según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han
visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para
alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Es interesante constatar que, en tres renglones, S.
Lucas nombra tres veces al Espíritu Santo al hablar de Simeón… Es de notar que
el Divino Espíritu guiaba a este hombre de Dios…
Nos imaginamos, como este buen hombre pidió a la
Santísima Virgen que le dejara tomar por unos momentos al Niño Jesús en sus
brazos, y levantándolo hacia el cielo, proclamó en voz alta dos noticias: una
buena y otra triste.
La noticia buena la hemos escuchado en la lectura, y
la triste, es opcional su lectura… Pero nosotros vamos a resaltarla en estos
momentos:
Y es que muchos rechazarían a Jesús..., y que, por
causa de Jesús, la Virgen Santísima tendría que sufrir de tal manera, como si
una espada afilada le atravesara el corazón… Pronto comenzarían estos
sufrimientos con la huida a Egipto… Después vendrá el sufrimiento de la pérdida
del niño a los 12 años…, y más tarde en el Calvario la Virgen padecerá el atroz
martirio de ver morir a su hijo…
Pongámonos junto a la madre en este día bendito, y
recojamos la doble noticia de Simeón, asumiendo la alegría y el dolor..., el
gozo y la tristeza..., la glorificación y el martirio… La vida es así, un
misterio de alegría y un misterio de dolor… El saber vivir en nuestra vida
cristiana, es el saber acoger en cada momento lo que la Voluntad de Dios
determina, sea gozoso o sea doloroso…
Y no nos olvidemos de que hoy la Iglesia celebra la
XXV Jornada mundial de oración por la vida consagrada. No dejemos de recordar
en nuestra oración, a tantos hombres y mujeres, que han hecho de su vida una
oblación a Dios, de mayor estima y momento, que diría S. Ignacio de Loyola…
Y Terminamos nuestra oración, con las últimas palabras
del Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y
Sociedades de Vida Apostólica:
“A María, nuestra Madre, Madre de la Iglesia, mujer fiel, y a S. José, su esposo, en este año a él dedicado, encomendamos a cada una y cada uno de vosotros. Que se fortalezca en vosotros una fe viva y enamorada, una esperanza cierta y gozosa, una caridad humilde y activa…” Que así sea.