«El verbo se hizo carne y acampó entre nosotros» Jn 1,14
Nos ponemos en la presencia de
Dios y encomendamos a San José y a la Virgen este ratito de oración, de trato
íntimo con Jesús. Ellos que supieron acoger y custodiar en este mundo al Verbo
de Dios hecho carne, hecho uno de nosotros en todo menos en el pecado. Y que
siguen custodiando y protegiendo a todos los que se acogen a su paternal y
maternal protección.
Orar la vida hasta que podamos
decir: soy oración. La palabra de Dios nos ayuda a situarnos en la vida.
Contemplemos el mundo, este mundo en el que nos ha tocado vivir, aquí y ahora.
Esta vida que tengo, que llevo, que arrastro, que luzco, que consumo, que
transmito, que disfruto,… Todos tenemos sed de felicidad, de sentido, de
verdaderas respuestas; sed de eternidad. ¡Sed de plenitud! El profeta Job, un
hombre sabio de la antigüedad, se planteó profundamente la cuestión clave del
hombre y de la vida: ¿soy feliz? ¿Qué sentido tiene mi vida? y, ¿qué sentido
tiene la vida de esos que sufren tanto? Militares (milicia es la vida del
hombre sobre la tierra) que reciben órdenes que no entienden o que tienen que
atacar a su propia gente. Esclavos que trabajan de sol a sol sin dignidad, sin
propiedad. Jornaleros que trabajan por un salario que se agota en el mismo día
y que les obliga a volver a trabajar por lo mismo al día siguiente. Meditemos
con Job: ¿Merece la pena tanto sacrificio, merece la pena vivir? De esto va
orar la vida. Hoy podemos decir que todos somos Job. Todos nos sentimos vacíos
más o menos.
El Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros. Con la Encarnación todo cambió.
Dios no necesita nada de nosotros, no le falta nada, es la plenitud. Sin
embargo, por nosotros, porque nos ama y nos conoce se hizo hombre, carne. Se
sujetó a las leyes de la condición humana. Trabajó como obrero la mayor parte
de su vida, supo de sudores, de escasez, de tener que salir a buscar trabajo,
de migrar, de ser perseguido. Y cuando tuvo que darse a conocer al mundo por
voluntad del Padre, pasó muchos días en que no tenía tiempo ni para comer.
Predicaba, expulsaba demonios, sanaba enfermos, se retiraba a orar; así nos
resume el Evangelio de hoy la vida de Jesús. También a San Pablo, después del
encuentro con Jesús camino de Damasco, le cambió la vida. Le cambió al estilo de
Jesús: trabajos, fatigas, incomprensiones. Hasta él en olvido total de
sí, siendo libre me he hecho esclavo de todos para ganar a los más
posibles; aprendió a ganar perdiendo, a subir bajando como nos decía
Abelardo. Orar la vida. Para Pablo la vida es Cristo y el trabajar
por Cristo es sí mismo la mejor de las pagas. Predicar, expulsar demonios,
sanar, retirarse a hacer oración. Trabajar con Cristo y por Cristo, con gusto o
mejor aún sin gusto propio para no caer en orgullo, simplemente porque se nos ha
encomendado. San Pablo vive con una actitud de desprendimiento total, pero es
humano y necesita esperanza. Pablo espera el cumplimiento de las promesas del
Señor, le escribe a Tito: me está reservada la
merecida corona que el Señor, el Justo Juez, me entregará aquel día; y no sólo
a mí, sino también a todos los que han deseado con amor su venida (2 Tm 4, 6)
Dios nos ha creado para que
seamos felices y nos ha dado la receta para conseguirlo: vivir su vida, a su
estilo. Quizás no sepamos como traducir en nuestra vida ese estilo, predicar,
expulsar demonios, curar enfermos, retirarse a la soledad, pero sí podemos
empezar por algo sencillo: permiso, gracias, perdón. Tres actitudes
que recuerda el papa Francisco son claves para perseverar en el amor los
esposos. Podemos añadir nosotros: y todos los que quieran perseverar en sus
compromisos.
Jesús nos ha dado la receta de la felicidad y además se ha quedado con nosotros. Habita en nuestra alma, su gracia nos santifica y nos llena de vida, de vida eterna. Unidos a Él todo tiene sentido, la vida con Él es maravillosa, merece la pena ser vivida, ser orada. Feliz oración, feliz domingo.