Pueden resonar como eco y súplica en nuestra oración estos breves
textos:
Entrada: «Recuerda,
Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas, pues los que esperan en Ti
no quedan defraudados. Salva, oh, Dios, a Israel de todos tus peligros» (Sal
24,6.3.22).
Comunión: «Que
se alegren los que se acogen a Ti con júbilo eterno; protégelos para que se
llenen de gozo» (Sal 5,12).
* Primera
lectura: Los habitantes de Nínive se arrepintieron de su mala conducta
y cambiaron de actitud y de intención. Es una lectura con gran valor teológico
sobre el perdón de los pecados. Grande es el contraste entre Israel, el pueblo
elegido, que no escucha a los profetas y es castigado, y Nínive, ciudad pagana,
que escucha a Jonás y hace penitencia, obteniendo el perdón de sus pecados.
Dios es rico en misericordia para cuantos le invocan.
* Salmo: Rasgad
vuestros corazones y convertíos al Señor, porque Él es benigno y
misericordioso, paciente y bondadoso y siempre dispuesto a perdonar el mal...
Un corazón contrito y humillado, Señor, Tú no lo desprecias. La confianza
en el amor misericordioso de Dios, expresado en el Corazón de Cristo,
es la fuente de la esperanza y de la conversión auténtica.
* Evangelio: Nos
ayuda el comentario de San Agustín:
«Jonás anunció no
la misericordia, sino la ira, que era inminente... Solamente amenazó con la
destrucción y la proclamó; no obstante, ellos, sin perder la esperanza
en la misericordia de Dios, se convirtieron a la penitencia y Dios los
perdonó. Mas, ¿qué hemos de decir? ¿Que el profeta mintió? Si lo
entiendes carnalmente, parece haber dicho algo que fue falso; pero, si lo
entiendes espiritualmente, se cumplió lo que predijo el profeta. Nínive, en
efecto, fue derruida. «Prestad atención a lo que era Nínive y ved que fue
derruida. ¿Qué era Nínive? Comían, bebían, compraban, vendían, plantaban,
edificaban; se entregaban al perjurio, a la mentira, a la embriaguez, a los
crímenes, a toda clase de corrupción. Así era Nínive. Fíjate cómo es ahora:
lloran, se duelen, se contristan en el cilicio y la ceniza, en el ayuno y en la
oración. ¿Dónde está aquella otra Nínive? Ciertamente ha sido derruida, porque
sus acciones ya no son las de antes» (Sermón 361,2).
También este texto
del libro de J. Ratzinger El camino pascual BAC
Popular. Madrid 1990, págs. 37-42:
“Jesús mismo, la
persona de Jesús, en su palabra y en su entera personalidad, es signo para
todas las generaciones. Esta respuesta de San Lucas me parece muy profunda; no
deberíamos cansarnos de meditarla. «El que me ha visto a mí ha visto al
Padre» (Jn 14,8s). Queremos ver y, de este modo, estar seguros. Jesús
responde: «Sí, podéis ver». El Padre se ha hecho visible en el Hijo.
Ver a Jesús; ésta es la respuesta. Nosotros recibimos el signo, la
realidad que se demuestra a sí misma. Porque, ¿no es un signo extraordinario
esta presencia de Jesús en todas las generaciones, esta fuerza de su persona
que atrae aun a los paganos, a los no cristianos, a los ateos? Ver a Jesús,
aprender a verlo. Estos Ejercicios nos ofrecen la ocasión de comenzar de nuevo;
y éste es, en definitiva, el único objetivo que justifica los Ejercicios: ver a
Jesús. Contemplémoslo en su palabra inagotable; contemplémosle en sus
misterios, como dispone San Ignacio en el libro de los Ejercicios: en los misterios
del nacimiento, en el misterio de la vida oculta, en los misterios de la vida
pública, en el misterio pascual, en los sacramentos, en la historia de la
Iglesia. El rosario y el viacrucis no son otra cosa que una guía que el
corazón de la Iglesia ha descubierto para aprender a ver a Jesús y llegar así a
responder de la misma forma que las gentes de Nínive: con la penitencia, con la
conversión. El rosario y el viacrucis constituyen desde hace siglos la gran
escuela donde aprendemos a ver a Jesús. Estos días nos invitan a entrar de
nuevo en esta escuela, en comunión con los fieles que nos han precedido en un
pasado de siglos.
Oración final:
Dios todopoderoso y eterno, te pedimos que tu Hijo, que se encarnó en las entrañas de la Virgen María y quiso vivir entre nosotros, nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.