Silencio. Es el momento del día
para Dios. Ábrete a su amor, que eso es la oración y déjate inundar por la paz
que solo Él nos puede dar.
El salmo de hoy lo expresa
claramente: “El Señor bendice a su pueblo con la paz”. Dios bendice a sus
hijos, siempre. Solo hay que estar dispuesto a acoger su gracia. La paz es un
don que recibimos cuando penetramos en su corazón de padre. En este rato de
oración pide al Señor que te abrace y te vaya acercando a Él poco a poco, a
pesar de los fallos que tengas, dile que le quieres, que quieres estar con Él,
que le necesitas, que buscas su amor, su consuelo, su paz.
Que no nos pase hoy como a los apóstoles, que, aunque habían visto los milagros de Jesús, seguían despistados con racionamientos humanos y cortoplacistas, sin confianza, sin fe, sin abandono. Da ese salto hacía el amor, para que te inunde. El diluvio, que aparece en la lectura del génesis expresa una ocasión para recomenzar, una mano extendida de Dios hacia el hombre, muchas veces duro de corazón. Es una lluvia de gracia incesante, pero hay que confiar. Y para ello qué mejor que echar la vista atrás -como dice el mismo Jesús- para contemplar la acción de Dios en nuestra vida, su bendición, su amor, su perdón. Así nos llenaremos de esperanza y podremos entrar, como niños en su corazón.