En el nombre del Padre que nos
recrea, del Hijo que nos redime y del E. Santo que dirige nuestros pasos para
amarlos, preparamos nuestra oración de mañana.
Las lecturas nos presentan hoy
dos montañas, dos acontecimientos que ocurren en ellas y una enseñanza profunda
(entre otras) y muy consoladora.
Leemos, en primer lugar, cómo el
Señor le pide a Abraham que le ofrezca a su hijo en sacrificio, en el monte
Moria, para poner a prueba su fe. Y cómo él, en obediencia de esa fe, acata la
orden. Destaco tres frases que le dice el Ángel y que me parecen la síntesis
del mensaje; Ahora sé que temes a Dios, / por no haberte reservado tu
hijo único, / te bendeciré porque me has obedecido.
Ciertamente, en la vida hay
situaciones que nos ponen a prueba y en especial cuando se nos pide entregar
algo de aquello que más queremos (familia, tareas, salud, cosas, estar en un
lugar…). Aprendamos de la fe de Abraham y su amor al Señor para ser fuertes en
la prueba, para obedecerle en los acontecimientos que se tuercen y quizás no
entendemos hasta pasado un tiempo.
Contemplamos, en segundo lugar,
la transfiguración de Jesús en el monte Tabor ante sus discípulos. Y cómo el
Padre hace esta manifestación: Este es mi Hijo amado;
escuchadlo. Para sorpresa de los apóstoles, Jesús les pide no decir
nada hasta que resucite.
Este monte nos lleva a recordar
aquel otro adonde se le pidió a Abraham ofrecer a su hijo y cómo le fue
perdonado. Pero en el Tabor ya se anuncia que en este caso no será así pues se
dice: “hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.
En la segunda lectura se reafirma: “no perdonó a su propio Hijo, sino
que lo entregó por todos nosotros”.
Descubramos el corazón de nuestro
Padre Dios en lo que supuso el entregar a su Hijo por amor nuestro. Abrámonos a
una confianza más allá de cómo nos veamos, sintamos o nos juzguemos. El
verdadero juicio pertenece a sólo Dios. ¿Acaso nos condenará después de que
Cristo murió, resucitó e intercede ante el Padre por cada uno?
Santa María, a ti se te pidió entregar, en la cruz, el fruto de tus entrañas. Intercede para que conozcamos y experimentemos el amor infinito de nuestro Dios y así podamos darle cuanto nos pida para bien de los demás.