“Hoy has elegido al Señor”. Hoy “el Señor te ha
elegido”. Empecemos nuestra oración repitiendo despacio estas palabras. Puede
ser una buena forma de ponernos en presencia de Dios. Decirle una vez más que
le elegimos a él, sabiendo que se nos ha adelantado, pues él nos ha elegido
primero a nosotros. Como dice el papa Francisco, él siempre nos “primerea”.
Si seguimos meditando la lectura del libro del
Deuteronomio, vemos que el Señor nos pide que cumplamos sus mandatos con todo
nuestro corazón y toda nuestra alma. Es la forma que tenemos de elegirle a él,
de decirle que él es nuestro Dios, el único Dios.
Elegirle es también seguir sus caminos, no los
nuestros, es ponernos del todo en sus manos, llenos de confianza, es estar
atentos para escuchar su voz en medio de los acontecimientos de la vida, es
abrir nuestro corazón en la oración para dejar que él lo caliente y lo haga
arder.
Así seremos “el pueblo santo del Señor, tu Dios, como
prometió”. Seremos dichosos, alabaremos al Señor con sincero corazón, seguros de
que él no nos abandona, como proclamaremos en el salmo de la misa.
Ahora nos sumergimos en el evangelio. Allí Jesús nos
recuerda que se en esta sociedad, de una u otra forma, se nos dicen muchas
cosas, que muchos quieren indicarnos una manera de vivir ajena al evangelio,
sin tener en cuenta a Dios Padre. Pidamos luz al Espíritu Santo para no
escuchar esos cantos de sirena que nos quieren arrastrar a una supuesta
felicidad sin necesidad de Dios, basada en encontrarnos cómodos, en no tener
problemas, en tener mucho tiempo libre para dedicárnoslo a nosotros en vez de a
los que nos necesitan por todos lados. “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu
enemigo”, es decir, harás caso únicamente a los que te tratan bien, a aquellos
con los que estés a gusto, los que no te causen problemas.
Y Jesús, sin embargo, nos dice: “amad a vuestros
enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro
Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia
a justos e injustos”.
Hoy en muchos lugares se hace mofa de estas palabras,
se piensa que vivirlas, o es imposible o es claramente perjudicial para
“nuestros intereses”. Sin embargo, nos olvidamos tantas veces del bien que nos
hace salir de nuestro propio querer e interés, nos olvidamos de esa segunda
parte de la frase: seréis hijos de vuestro Padre celestial. Es decir,
transmitiremos a los que nos rodean ese amor eterno del Padre que busca canales
para hacer llegar su amor a todos los hombres, y lo hará él en nosotros; solo
quiere que le dejemos, que nos pongamos del todo en sus manos.
María es nuestro modelo en el abandono confiado en brazos del Padre. Pidámosle hoy que interceda, para que poco a poco vayamos entendiendo cuál es el ayuno que Dios quiere para nosotros en este tiempo de cuaresma, con pandemia o sin ella, tiempo de amar a fondo perdido.