Para empezar nuestro rato de
oración nos ponemos en la presencia del Señor y la Virgen Nuestra Madre, para
que todas nuestras intenciones y operaciones sean puramente ordenadas para la
gloria, servicio y alabanza de Nuestro Señor Jesucristo.
En efecto, probablemente ninguno
de nosotros haya tenido la experiencia que tuvieron los israelitas de ver el
fuego ardiente, la oscuridad, tinieblas, huracán, estruendo de trompetas, o las
palabras pronunciadas por aquella voz que los israelitas no querían volver a
oír nunca por lo terrible de aquel espectáculo, del que el mismo Moisés se
aterrorizó. Sin embargo, podemos acercarnos a Él incluso todos los días en la
comunión, en la oración, en nuestros hermanos o en la creación, a imitación de
María, nuestra Madre; que Ella nos enseñe a ir meditando todos los
acontecimiento y sucesos de nuestro día en el corazón, rasgando las apariencias
de cosas, personas y acontecimientos; para descubrir en todos, en todo y
siempre la realidad de un Dios Padre providente que gobierna el mundo
sirviéndose de sus criaturas. Así no perderemos la paz. Por ello, qué
importante que podamos ir recordando siempre el gran amor que el Señor nos
tiene, como repite hoy el salmo, y sentirnos hijos de un Dios que es un bueno y
providente.
Si lo pudiésemos recordar, por lo
menos en algunos momentos el día, Él sería nuestra alegría, nuestro baluarte y
fortaleza. Si recordáramos su gran amor por nosotros, en medio de su templo que
es la Iglesia, y en nosotros que somos sus miembros y que abarca al mundo
entero.
Si vivimos desde la gratitud, la
conversión y misión en medio del mundo y apoyándonos únicamente en Él, siendo
testimonio de su amor en nosotros, entonces podremos animar y alentar a la
confianza en la Misericordia del Señor a nuestro alrededor, sanar heridas,
“curar enfermos”, “expulsar demonios” e invitar a una vida nueva y más plena.
Sagrado Corazón de Jesús, que
crea en tu amor para conmigo; que nunca me olvide de tu amor y misericordia que
has tenido con todos y cada uno de nosotros.
Santa María, Reina y Madre Nuestra, alcánzanos la gracia que te pedimos. Conversemos por un momento con Ella: nos alcanzará la gracia de encontrar al Señor en nuestra vida y poder compartirlo a los demás.