Espero que te ayuden estas
palabras que te pongo a continuación para llevar a cabo con fruto este rato de
oración. Dedícale este tiempo al Señor en la soledad acompañada por Él.
Empezamos nuestra oración
invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros
corazones el fuego de tu amor”.
Te invito a que en esta
predisposición y con la ayuda del Espíritu Santo, medites con calma la palabra
de Dios que hoy nos ofrece la Iglesia.
Las lecturas de hoy nos hablan de
cómo nuestro corazón es soberbio y esto nos impide reconocer los dones de Dios
en nuestra vida. Y esa soberbia nos llama a vivir la vida a nuestro antojo y
sin pensar en los que nos rodean. Esa soberbia también nos llama a querer
destacar y querer ser más que nadie. La primera lectura nos cuenta el pasaje de
Caín y Abel. Caín trabajaba el campo y Abel pastoreaba las ovejas; dos
ocupaciones dignas y un trabajo desde el cual alabar a Dios. Pero se nos muestran
dos actitudes diferentes: aunque los dos ofrecían el fruto de su trabajo, uno
lo hacía desde un corazón agradecido y el otro desde el corazón que da porque
estima que se le debe algo, es decir, desde una actitud soberbia. Esa actitud
le hacía a Caín no estar en paz y tenía quejas contra Dios. Debido a esto,
miraba a Abel con envidia y deseaba quitárselo de en medio. Engaña a Abel y le
quita la vida, como para quedarse con todos los beneficios que este
experimentaba; pero nada más lejos de este deseo, encuentra más desesperanza.
Entonces Dios le habla, porque le ama, y le pregunta “¿dónde está Abel, tu
hermano?”. Caín le responde “No sé; ¿soy yo el guardián de
mi hermano?”. Caín, ¿dónde está tu hermano pequeño, tu hermano humilde?;
cuantas veces nos pasa esto, en otro plano. Dios nos pregunta a cada uno ¿Dónde
está tu hermano? ¿Cómo cuidamos a los hermanos más próximos, a los humildes y a
los pobres?, ¿nos pasa lo de Caín y ni siquiera los miramos cuando pasamos a su
lado por las calles? Debemos caer en la cuenta del desprecio que hacemos a
nuestros hermanos. Es un desprecio como el de Caín a Abel, porque en el fondo
cuando despreciamos a nuestros hermanos, los matamos en nuestro corazón, y a su
vez nos matamos a nosotros mismos. Lo mismo que Caín, en el fondo de su
desesperación, aún rechaza a Dios diciendo “tendré
que ocultarme de ti, andando errante y perdido por el mundo”. Ojalá
nosotros no rechacemos la misericordia del Señor.
Pídele al Señor ser capaz de no despreciar a los
hermanos y a los más necesitados.
La Virgen María, nuestra madre, seguro que se
entristece cuando no amamos de corazón a nuestros hermanos; que también son sus
hijos. Aun así, tanto nos quiere nuestra Madre que está dispuesta a ayudarnos,
e intercede por nosotros para que volvamos el rostro y el amor a nuestro
hermano. Nos ayuda a ello, como camino de conversión personal al Padre.
Madre querida, intercede por nosotros y ayúdanos a caminar durante la Cuaresma, que en breve comenzaremos.