Vivir como si fuera nuestro último día. ¡Cómo cambiaría nuestra vida! Y
no nos damos cuenta de que mucha gente cercana vive así porque le han
diagnosticado una enfermedad. No escribo para deprimirnos sino para todo lo
contrario, para ser conscientes de que el Señor nos regala hoy la oportunidad
de vivir a tope, de vivir aspirando a la santidad. Ya desde la mañana podemos
repetir el Salmo: el Señor es el lote de mi heredad. Sería una buena
jaculatoria para el día. ¿Qué ansía mi corazón? Si lo tengo todo, si mi copa
rebosa.
Es una gran responsabilidad, porque el Señor me da todo, pero me pide
todo. Me sacia de gozo con su presencia, pero para hacerle presente. Me enseña
sus caminos para guiar a otros. Me sostiene con su Espíritu para no dejar caer
al hermano.
La primera lectura ya nos indica que todos los tiempos son difíciles, pero tenemos Su promesa de que estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Vivir como miembros de su cuerpo, la Iglesia es la clave para no decaer, para aspirar a más. Animarnos a la santidad unos a otros. Ofrecernos unos por otros. Caminar juntos, en cordada, porque los tiempos son recios. Cuánto necesito del hermano, cuánto necesitan de mí. Pidamos hoy al Señor que veamos a los demás como si fuera el último día. Qué puedo hacer por ellos.