Las tres
lecturas de hoy nos hablan de la tristeza de Antíoco, de las consolaciones de
Dios en el salmo y de los planteamientos superficiales en los que nos
entretenemos los hombres, mientras pasamos por esta vida. Las tres pueden
iluminarse por un párrafo de la primera carta de Juan, donde dice: todo
lo que hay en el mundo (los bajos apetitos, la concupiscencia de los ojos y la
jactancia de las riquezas), no viene del Padre, procede del mundo y el mundo
pasa y su codicia también. (1 Jn 2, 16-17).
El rey
Antíoco pone su corazón en la conquista de la ciudad de Elimaida, famosa por su
riqueza en plata y oro. El rey quiere ser feliz con la jactancia de las
riquezas que le dará la conquista de esa ciudad. Su fracaso hunde al
rey en la desolación.
En el
evangelio vemos a los saduceos entrampados en sus propios planteamientos.
Representan a esa humanidad que no cuenta más que consigo misma para salvarse y
que se niega a admitir que la salvación es una iniciativa gratuita de Dios.
Una codicia de los ojos que no se cansa de ver, aunque solo
por sus medios ignorando la salvación de Dios, buscando la felicidad muchas
veces en esos espectáculos del circo, hoy tan desarrollados en los medios de
comunicación social.
Finalmente, el salmo nos trae la verdad, el gozo, la felicidad. Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas tus maravillas. Es la consolación que solo puede venir de Dios: aprendan los pueblos que no son más que hombres.