1. “Llegarán los días
-oráculo del Señor- en que yo cumpliré la promesa que pronuncié” (Jer 33, 14)
El Adviento es una promesa, una esperanza del Gran Día en que todo se
cumplirá. Somos “cielo” y nuestra meta es el Cielo. Como decía San Agustín: Al
fin, llegará el Amor sin fin. Mientras tanto, caminamos seguros, ciertos de que
el oráculo del Señor no falla. ¡Avanti y Dios nos valga!
2. "Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi
salvador" (Salmo 25, 4)
El profeta Jeremías nos diseña con precisión la seguridad y la certeza
de la Meta, el salmo nos brinda el medio, la oración tierna y confiada.
“muéstrame”, “enséñame”, “guíame” porque no hay nadie como Tú, que eres mi
Dios, mi Salvador, el que me ama desde siempre y para siempre, aquí y ahora. Soy
amado, soy tu hijo; eres mi Padre, mi Salvador; gracias, Señor.
3. Que el Señor los haga
crecer cada vez más en el amor mutuo y hacia todos los demás (1 Tes, 3, 12)
No basta con el amor “vertical”, entre mi Dios y mi persona. Si es
auténtico, debe ensancharse, debe traducirse en el más próximo, en el de al
lado, en el que vive conmigo día a día, en todo, en todos y cada día más y
mejor, en datos muy concretos, en el pan de cada día.
4. “Habrá señales en el
sol, en la luna y en las estrellas…Entonces se verá al Hijo del hombre venir
sobre una nube, lleno de poder y de gloria…Cuando comience a suceder esto,
tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la
liberación"(Lc 21, 25)
La pandemia terminará, la espera tendrá su presencia, … entonces veremos a Dios tal cual es, lleno de poder… Mientras tanto, hagamos ya lo que haremos entonces: “ánimo y levanten la cabeza” porque está a la puerta y llama: ES EL SEÑOR. Y María, su Madre, mi Madre, nos lo presenta. ¡Hágase, Estar! Todo por la Inmaculada.