El tono de las lecturas de estas últimas semanas del año litúrgico es
apocalíptico. Hace un par de días celebramos la fiesta del domingo de Cristo
Rey. Y en cuatro días comienza el Adviento. Acaba…, todo acaba…
Nos puede pasar como a aquellos judíos que contemplaban auto-complacidos
las obras de sus manos, la belleza de los adornos del templo. Y en la oración
puedo continuar rumiando mis cosas, yo, yo, yo y más yo… Pero Jesús toma la
palabra, pronuncia su Palabra. Igual que con aquellos judíos, hoy en mi vida. Y
esta es la invitación para esta oración: dejar que Cristo diga una palabra, su
Palabra, en mi vida hoy, por medio de los acontecimientos. En el fondo, ser
verdaderos creyentes. Solo cuando hay fe, hay oración. Si no creemos que Dios
actúa verdaderamente en nuestras vidas, ¿quién oraría? Y la falta de oración,
ahoga la fe.
Y Jesús le dijo a esos judíos, y me dice hoy: “Esto que contempláis,
llegarán días en que no quedarán piedra sobre piedra […]. Que nadie os engañe
[…]. Muchos vendrán en mi nombre diciendo: ‘Yo soy’ […]”.
Señor, líbranos del engaño del Enemigo: que ni caigamos en una
auto-complacencia en los aciertos, ni en la desesperación en los fallos. Que te
descubramos a Ti como roca segura sobre la que levantar la vida. Que no nos sea
indiferente la vida en ruinas de nuestros hermanos, que no te conocen.
Gracias Señor, por todo aquello que has dejado caer en mi vida, para no
dejarme en el error. Gracias Señor por las purificaciones sufridas, porque con
la Resurrección has vencido a la muerte: “es necesario que eso ocurra
primero…”. ¿Eso? Hoy, en mi vida, eso que acontece, eres Tú que
pasas por mi vida, abriéndome los ojos, librándome del error, ofreciéndome la
verdadera Vida, y enviándome a ser tu testigo. Gracias Señor, por tirar por
tierra mis pobres auto-referencialidades.
Santa María del Adviento, allana nuestros caminos, para que seamos encontrados por tu Hijo, que viene en nuestra búsqueda.