Hoy en muy pocas líneas hay mucha miga. En el salmo proclamamos “gloria
y alabanza al Señor por los siglos”. Y en el evangelio Jesús mismo nos explica
cómo debe ser esa alabanza que le rendimos. No de boca, si no de corazón. Más
aún: de manos.
La ofrenda en el templo era signo de devoción entre los judíos, que
contribuían al mantenimiento del lugar en que los sacerdotes y la comunidad
alaban a Dios y le ofrecían sacrificios. Más contribuían los que más echaban,
pero más gloria daban al Señor los que ofrecían, con generosidad, lo poco que
tenían.
Llega el frío, y se acerca el Adviento y la Navidad (parece que queda mucho pero ya está ahí) y seguro que se nos ofrecen muchas ocasiones para contribuir con lo poco que tengamos (tiempo, recursos, compañía, atención, donativos…) a dar gloria a Dios sirviéndole en nuestros hermanos. Pidamos hoy en la oración que nuestra caridad concreta lleve a otros a alabar al Señor al reconocer en nuestros gestos el amor que Dios les tiene.