Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu
Divino e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
Hoy celebramos la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, nuestra Madre
Santísima que al pie de la cruz triste contemplaba y, dolorosa, miraba a su
Hijo, el Señor. Pídele al Espíritu Santo que te introduzca en este misterio
también a ti, para contemplar a la Virgen contemplando a su hijo Jesús.
Imagínate su mirada, serena, limpia y sin odio. Una mirada de tristeza, pero a
la vez de esperanza, porque el Padre cumple sus promesas. Seguro que la Virgen
recordaría esas palabras que le dijo Simeón en el día de la Presentación de su
Hijo querido, y que guardaba desde entonces en su corazón: “y a ti una espada
te traspasará el alma” (Lc 2, 35). Aprovecha este rato de oración para
contemplar y meterte en este pasaje, haciéndote uno con San Juan, como hijo de
tu Madre que eres. Jesús te dice: “Ahí tienes a tu madre”. Qué gran
misericordia has tenido conmigo, Señor. A pesar de mi pecado, de mis impurezas,
me das como madre a la más pura y bella. ¡Cuánto nos quiere el Señor! Podemos
decir como el Salmo de la Misa de hoy: “dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia”. Y todo esto sin ningún mérito por nuestra
parte, sólo por el amor del Señor. Como nos dice San Pablo en la primera
lectura: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha
frustrado en mí […] Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo”.
¿Estás decidido a hacer lo que hizo San Juan? Respondió a lo que Dios le regalaba: Su Madre. Acoge a la Virgen en tu casa, de todo corazón.