Las lecturas de hoy nos invitan sin duda a la humildad.
En la primera lectura, reconocemos que no somos capaces de conocer
apenas nada sobre Dios. ¡Claro! Tras años, siglos y milenios en el planeta,
todavía seguimos tratando de entender cómo funciona nuestro cerebro, qué
esconden las profundidades del mar y qué hay más allá de los agujeros negros.
Nuestra mente humana, limitada, hace lo que puede por entender todas estas
cosas, y ciertamente lo consigue, pero con mucho esfuerzo y dejando siempre
cosas sin conocer. ¿Cómo no nos va a pasar eso con Dios, Creador de nuestra
mente, situado a un nivel que jamás podremos comprender en la tierra?
La solución que se plantea es recurrir a la sabiduría, que permite al
hombre saber qué agrada a Dios y qué nos acerca a la salvación, aunque el
misterio de Dios siga siendo mayormente eso, un misterio.
Y por si todavía nos queda algo de orgullo vano, el salmo nos recuerda
nuestra nada, nuestra fragilidad, que solo perdura porque Dios quiere, porque
Dios nos quiere. Porque es bondadoso con nosotros, siempre. Esa es la lección:
si nosotros, limitados, somos capaces de hacer algo, es porque Dios lo permite
y nos da fuerzas para lograrlo.
Si no te lo crees, pregúntaselo a Pablo redactando la segunda lectura.
Pablo, el gran apóstol, ahora envejecido y limitado. Débil, sí, pero confiado
en el Señor, y así, aun encadenado, la esperanza en el amor y la misericordia
de Dios siguen vivos y dando vida incluso dos mil años más tarde.
Finalmente, teniendo en cuenta todas nuestras miserias, Jesús nos hace
en el Evangelio una pregunta muy seria. Nos invita a seguirle, por supuesto,
pero quiere que nuestro discipulado sea serio, con pleno convencimiento de lo
que hacemos. Seguir a Cristo no merece la pena; merece la vida. Y
algo que merece tanto debe sopesarse bien. ¿Estoy dispuesto a aceptar que
seguir a Jesús supone renunciar a los apoyos humanos, los bienes materiales y
abrazar mi cruz?
Aprovechemos este momento de oración para hacer un parón en el camino y sopesar si, de corazón y con pleno convencimiento, queremos ser seguidores de Jesús, sabiendo lo que esto supone y la razón por la que lo hacemos: para dejarnos amar por Él durante toda la eternidad.