En estos días cambiamos de estación y un nuevo otoño comienza. Las
lecturas de la misa de hoy nos hablan precisamente de eso: de un mundo que
cambia pero siempre permanece igual; las cosas que parecen nuevas ya han pasado
anteriormente. Cambian los aspectos exteriores, pero el corazón del hombre siempre
permanece igual; hoy se entusiasma con los nuevos descubrimientos y mañana son
superados.
Solamente Jesucristo hizo nuevas todas las cosas después de su muerte y
resurrección. El hombre dio un paso gigantesco en ese momento, el hombre nuevo
que surge con el bautismo ya no es el mismo. A través del bautismo se produce
el mayor avance en la “evolución” humana. El ser humano deja de ser hombre sólo
y se convierte en hijo de Dios. Jesucristo, con su muerte y resurrección, ha
ganado para nosotros este nuevo status.
Con el salmo 89 podemos decirle al “Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación”. Todo pasa menos el Señor, que siempre permanece
y, por lo tanto, si permanecemos en Él, también permanecemos para siempre.
De la lectura del Evangelio podemos quedarnos con la última frase que se
refiere a Herodes: “Y tenía ganas de verlo”. Herodes quería verlo para que
hiciera milagros en su presencia y así entretenerse un poco. Nosotros queremos
verlo para decirle tantas cosas que le vamos a decir en nuestro rato de oración
de hoy. Aquí empieza tu oración: dile a Jesús todo lo que quieres decirle,
háblale como a un amigo, como a tu hermano, con el mayor cariño que puedas.
Únete a Él de una forma “divina”.
No te olvides de la Virgen; Dios ha querido que jugara un papel importante en este hacer nuevas todas las cosas. Ella nos lo trajo al mundo y Ella nos lo entrega cada día.