Nos ponemos en la presencia, por medio de la señal de la Cruz: en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. A partir de este momento
estamos envueltos y fortalecidos por los dones del Espíritu Santo. Nos
esforzamos por hacer silencio, exterior e interior. Ahora, ya serenos, podemos
escuchar al Señor. Y le escuchamos leyendo muy despacio la Palabra de Dios
que hoy nos propone la liturgia.
1. En el Aleluya, antes del
evangelio, recitamos este texto de san Mateo: “Brille así vuestra
luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a
vuestro Padre”.
Si nuestra actividad, a lo largo de este día, está orientada por el
cumplimiento del deber y con intención recta, tratando de hacer la voluntad de
Dios seremos una humilde referencia de luz. Iluminaremos.
2. En el evangelio de hoy,
nos dice el Señor: “nadie que ha encendido una lámpara la tapa con
una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para
que los que entren vean la luz.
Los dones que recibimos, no los escondas, trata de compartirlos con los
demás. Reparte gratis aquello que nos ha sido regalado. Demos gracias a Dios
por tantos dones recibidos. ¿Serás capaz de recordarlos?
3. “…En la Escritura se
describe a mi Salvador y mi Dios como una lámpara porque Él es quien hace
desaparecer las tinieblas de la ignorancia y el pecado de los hombres…”
(San Máximo el confesor).
“Jesús, luz del mundo: En ti brilla para nosotros la esperanza de
resurrección…”
Invoquemos muchas veces a lo largo de este día a María, “Estrella de la Mañana”.
