1. A cada uno de nosotros
se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo… para la edificación
del cuerpo de Cristo (Ef 4,1)
Sí, Señor, soy consciente de ser un agraciado, al igual de los que están
a mi lado. Y que soy y somos lo que Tú nos has dado. Y todo para edificar tu
Cuerpo. ¡Asombroso! Cuando comulgamos se nos dice: “Cuerpo de Cristo” y
respondemos “amén”. De algún modo podíamos decir lo mismo de cada uno de
nosotros, somos “cuerpo de Cristo” y también debemos dejar que nos coman,
“comulgarnos”. Gracias, Jesús, ayúdame a descubrir ese don, a valorarlo y a
compartirlo. Teresita lo descubrió: “En el corazón de la Iglesia seré el amor y
así lo seré todo”.
2. A toda la tierra alcanza
su pregón. El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra
de sus manos (Sal 18, 2).
¡Laudato si! ¡Loado seas mi Señor por tan elocuente pregón, por tan
bella imagen…el cosmos, el universo! Que vea, que escuche, que palpe, que
sienta. San Ignacio lloraba de emoción al contemplar las estrellas: “¡No me
chilléis tanto!”.
3. “Al pasar vio Jesús a un
hombre llamado Mateo… y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió. (Mt 9, 9)
¡Qué sencillo y qué rápido! Para qué tanta vuelta, tanta complicación…¿Cómo
sería la mirada de Jesús que levanta en vilo al publicano Mateo y se lo lleva
consigo? Jesús, que sienta tu potente y tierna mirada en la mía; y, al punto,
me levantaré y te seguiré sin poner la vista atrás. Sé que has venido a llamar a
los enfermos y pecadores. ¡Cuenta conmigo! Te digo como el ciego: ¡Señor, que
vea! Creo, aumenta mi fe. Como Lázaro: “Jesús, tu amigo, el que amas, está
enfermo, ten piedad y misericordia de mí”.
¡Madre, tus ojos para mirarle, tus oídos para escucharle, tu corazón para amarle!