Nos acercamos a la oración de hoy de la mano del salmo: “Escuchad,
pueblos, la palabra del Señor”. Nos lo repetimos para que cale en nuestro ser.
Porque a eso venimos hoy a la oración: a escuchar. Estamos a las puertas de la
Pasión del Señor. Queremos prepararnos para ese momento y lo mejor que podemos
hacer es dejar que el Espíritu Santo nos prepare. Y para eso, escuchar, abrirse
a la Palabra de Dios para que nos toque y nos transforme, aunque no nos
enteremos en el momento.
“El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño”. Confianza. Estamos
en sus manos. Él nos va a llevar en esta semana a penetrar en su misterio. Nos
conduce a la alegría y la salvación. El pueblo de Israel lo sabía. Sabía que, a
pesar de la gravedad de los hechos, de la contundencia de la realidad, el Señor
saciaría todos los anhelos de su corazón: el regreso a la tierra prometida, la
reunificación de los dos reinos, la pureza del pueblo que no volvería a adorar
a otros dioses, la promesa del Mesías hijo de David, la paz y la pertenencia al
Señor. No hay duda, aunque la realidad solo de pie a la duda o al escepticismo.
La fe ve más allá y descubre que eso son solo apariencias. El Señor va a
aparecer con fuerza poderosa en nuestra vida, en lo increíble, y eso nos
anuncia Ezequiel.
Y así nos acercamos al Evangelio. Sin ánimo de sacar enseñanzas, aunque sin despreciarlas. Simplemente a escuchar, a estar recibiendo la Palabra del Señor. A acompañarle en este camino a la Cruz. Solo estar ahí. Él podrá en nosotros lo que necesitemos. A nosotros nos basta el seguirle, el entrar en su misterio. Porque Él nos lleva y en Él confiamos.