Las lecturas de este día nos proponen tres claves desde las que
preguntarnos cómo estamos viviendo este tiempo especial de la Cuaresma: conversión,
intercesión y compasión.
Conversión
- ¿La Cuaresma me está ayudando a caer en la cuenta de mi necesidad de
conversión?
- ¿En qué caminos, distintos de los del Señor, puedo andar equivocado?
- ¿Ante qué “becerros de oro” (cosas, tareas, dependencias…) me postro y
adoro?
- ¿Qué actitudes, comportamientos… hacen que me esté olvidando del
Señor, a pesar de haber experimentado en otras ocasiones su amor
misericordioso?
- ¿Pongo en Jesús toda mi confianza para iniciar o consolidar mi
conversión? ¿Estoy convencido que Él puede alcanzarme todo del Padre?
Intercesión
Caer en la cuenta de la necesidad de conversión no solucionaría nuestros
problemas cuanto el descubrir que tenemos a uno que aboga
por nosotros ante el Padre, Cristo Jesús. Esta es nuestra
confianza, esperanza y consuelo. Si hacemos un paralelismo con la intervención
de Moisés ante el Señor, podríamos decir: “Nuestros pecados merecerían que
fuésemos aniquilados por ti Padre, pero Jesús, tu Hijo, el elegido, se puso
frente a ti y con su Pasión y muerte apartó tu cólera de nosotros”.
Compasión
Parafraseando al mismo Jesús en el evangelio de hoy, podríamos decir que
“la
obra (de compadecerse de nosotros) que me ha
concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí; que el Padre
me ha enviado”.
La intercesión de Jesús ante el Padre realmente nos trae buenos
frutos: “Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado
contra su pueblo”.
Pedimos a nuestra Madre Santa María que nos alcance la grandísima compasión de Dios, pero que nunca abusemos de ella. Que con humildad y confianza reconozcamos nuestro pecado, volvamos nuestros ojos a Él y, sí, por intercesión del Señor Jesús, esperemos alcanzar auxilio oportuno.