Este tiempo de cuaresma es el
camino que la Iglesia nos propone cada año para preparar nuestro corazón al
gran acontecimiento de la Pascua en que vivimos el misterio de la pasión,
muerte y resurrección de Jesús. Y por eso la oración es un momento para
implorar al Señor como el salmista: Oh, Dios, ponme a prueba y conoce
mis sentimientos; mira si mi camino se desvía y guíame por el camino eterno (Sal
138).
Siempre me ha estremecido la
parábola del rico ‘Epulón’ y el pobre Lázaro que se nos muestra hoy en el
evangelio. Además, va muy en consonancia con la idea que nos propone el papa
Francisco en su mensaje de cuaresma de este año al enumerar dos caminos a
seguir y que él mismo propone al hilo del pasaje de la transfiguración. Esta
idea se puede confrontar con el diálogo que mantiene Abraham con el rico cuando
este le suplica que envíe a Lázaro a casa de sus hermanos para advertirles de
lo que les puede suceder si no actúan como corresponde:
- “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”, afirma Abraham al rico. Francisco lo hace al mencionar la voz que se oye desde la nube en la transfiguración: “Escuchadlo”. La Cuaresma es un tiempo de gracia en la medida en que escuchamos a Aquel que nos habla.
- Abraham dice: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas no se convencerán ni aunque resucite un muerto”. El papa, en el segundo camino a seguir, se refiere a la frase de Jesús “Levantaos, no tengáis miedo”, y entonces los discípulos no vieron a nadie más que a Jesús. Insiste en no refugiarnos en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios. Para creer, no pretendamos esperar a ver a un muerto resucitado para convertirnos a Dios. Hay que bajar a la llanura y llevar a la vida ordinaria la experiencia vivida en el monte con el Señor.
Que santa María nos ilumine y nos enseñe a seguir este plan de vida en humildad y con la confianza plena en su Hijo.